miércoles, 29 de mayo de 2013

Las leyes de la Mecánica

a Aichan

Son leyes universales que aprendimos en la adolescencia, aunque nadie nos explicó a fondo todo lo que acabarían significando en nuestra vida cotidiana. Quizás es que nadie lo pueda saber con certeza.

Permanecemos como estamos hasta que algo nos obliga a cambiar. Inercia, se llama, la pereza del universo, el miedo de los seres humanos a cambiar de posición es, según Newton, lo natural.

Por eso, por la primera ley, es tan difícil decidir; por eso lo dejamos hasta que ya no queda más remedio, hasta que la fractura es evidente, hasta que el desahucio emocional está consumado.

Cambiar de pareja, de casa o de piel, siempre cuesta una metamorfosis, siempre tarda en uno mismo mucho más de lo que tarda en los demás. Y, como dice la segunda, según la línea recta a lo largo de la cual la fuerza que nos empuja se imprime.

Que suele ser hacia el precipicio, hacia un abismo que antes no parecía estar ahí, un acantilado relleno de un miedo proporcional a la fuerza que nos pone en movimiento. ¡Todo es tan complicado!

Y cuando parecía que lo teníamos claro, llega la tercera, la que menos nos esperábamos. Pues sí, aunque a veces nos cueste creerlo, aunque generalmente nos parece más fuerte que la propia, aunque no consigamos entender bien lo que sucede, pues sí, es cierto, toda acción provoca una reacción de igual magnitud y de sentido opuesto.

Pero no es la reacción de los demás la que menospreciamos, en absoluto; más bien suele suceder todo lo contrario, que la imaginamos mucho mayor de lo que realmente sucede luego. Sino que es la nuestra, la que damos por perdida cuando son los otros los que rompen la inercia.

¿Qué queda entonces de dos cuerpos deslizándose sobre un plano inclinado, lentamente, el uno sobre el otro? ¿Para qué los rozamientos cruzados, untados lentamente sobre una tarde frágil, para qué el coeficiente de rodadura calculado a base de labios? ¿Qué hay de la fuerza centrífuga que los expulsa del mismo paraíso en el que pretenden entrar?

Si todo está sujeto a tres leyes inquebrantables ¿qué esperar de la mecánica clásica y cuánto tiempo será entonces necesario para que los dos cuerpos en conflicto rompan definitivamente el momento (cinético o no) y lo pongan a su favor?

Discúlpeme, míster Newton, pero sus leyes se me quedan cortas durante largas conversaciones, sus leyes me resultan impredecibles cuando me tocan ciertas manos, sus leyes me hacen cosquillas cuando aletean sobre mí unos labios diciendo que sí.

Discúlpeme, señor Newton, pero tenga en cuenta, para la próxima vez que enuncie unas leyes tan mecánicas, que el corazón del hombre siempre será un músculo cuántico.



ARTE POÉTICA

"No hables en tus poemas del ruiseñor
de Wilde, ni menciones amor, perfume, labio o rosa"
–me dice en los manuales Ariel Rivadeneira–
y yo evito poner en cada verso escrito
un ala, algún jardín, la luna de Virgilio,
y hasta a veces me niego, sentado
en el alféizar, a mirar las heladas
del invierno en España, porque queman
las ramas de los árboles todos y la niebla
me invita a escribir con nostalgia
"y ese signo, nostalgia, –me dicen
los manuales– es señal del pasado,
y se debe escribir sin alma, con estilo,
igual que si torcieras el cuello
de una garza con desprecio en tus dedos".

"Habla de cibernética y de física cuántica,
menciona blog, pantalla, correos
electrónicos" –me aconsejan los críticos–.
Y yo sumo las cifras o despejo ecuaciones,
digo leyes, neones, sistemas invisibles
que arman genios, científicos.
También menciono genes, vídeos,
ordenadores, y hay instantes, incluso,
que hablo sin meditar y construyo asonantes
al decir aeropuertos, submarinos, aviones
y algún laboratorio (…), móviles, cines, clones.

Pero aunque logre versos posmodernos
siguiendo los consejos de sabios
que hablan de poesía como hablar
de la historia, de mercados, teoremas
que establecen los pliegues en las cuerdas
del tiempo, no he logrado escribir
el poema perfecto, e incluso
cuando leo alguna línea aislada
de Wilde entre las sábanas, y todos
mis maestros (con diplomas de masters
y perfil de doctores) se divierten
en bares o en los pubs de internet,
yo lloro como dama sin remedio
y me jode el viejo de Quevedo,
y me arriesgo, en la cama, a que digan
los críticos en los post o en revistas:
"¡qué anticuado y qué griego se volvió
Dolan Mor leyendo a los antiguos!,
si hasta le creció un día, encima
de las cejas, (en lugar de la gorra
ladeada sobre un piercing) un ramo
de laurel…

Pero logró dos cosas: pasar
imperceptible delante de los hombres,
como dijo Epicuro, y escribir con la espalda
inclinada en la hoja, sin cederle la mano
al influjo variable del tiempo y de las modas".

(Dolan Mor)

sábado, 25 de mayo de 2013

Vida hinchada

Decir espera es un crimen,
decir mañana es igual que matar.
LUIS E. AUTE

Esta noche me noto la vida hinchada y, cuando me la aprieto con las manos, se me quedan unos cercos blanquecinos alrededor de donde estuvieron los dedos.

Puede ser cosa de la circulación y el colesterol, o que tengo retención de sorpresas desagradables, o que empiezo a padecer alguna clase de artrosis emocional y urbana. Además, llevo todo el día con un cierto temblor en los pasos que doy, que me hace tener calor y frío alternativamente. Quizás tenga fiebre, la propia de esta destemplanza del mundo.

Me están saliendo unas manchas oscuras en el futuro que tienen muy mala pinta. La tarde se me ha pasado en un asma, la noche me está durando un reuma, los párpados se me vuelven obesos y una pústula me araña la imaginación.

Tengo el deseo lleno de erupciones, como pintitas rojas que, aunque no me duelen, me pican salvajemente, y estoy a un tris de dejarme la tentación y las uñas largas y rascarme el porvenir hasta hacerme sangre si es preciso.

Es un cierto mareo, una sensación de tornillos aflojándose en el estómago, una fractura abierta en el corazón desmantelado. Un cólico de indiferencia, un espasmo de desafectación asistida, una indolora luxación de la felicidad y de su ausencia.

Es esta lumbalgia infinita de no saber si encajar bien el golpe o perder la respiración y la alegría en el intento. Esta jaqueca rebelde del "qué le vamos a hacer", esta asfixia amarga del "vaya por dios" y el ahogo de un "cuánto lo siento".

El caso es que esta noche me siento fatal por no sentirme mal. Supongo que será porque hoy no se me ha muerto nadie, a nadie tengo en la UVI de un hospital y la vida que me noto hinchada, entumecida y todo, siempre sigue...





Yo le diría, amor, yo le diría
que no esté tan seguro de su abrazo,
tan fuerte de mi pena,
tan firme de mi lágrima.
Yo le diría, amor, que no me duela
con la certeza de tenerme tanto
porque yo sé también cómo te pierdes
sin un reproche, sin una palabra,
a veces, casi, casi con dulzura
y de pronto, no estás. y no está nada.
Yo le diría, amor, yo le diría
que no se sienta fuerte de mi llanto,
que la pasión se hunde
como arena en el agua;
que tenga miedo, amor, como yo tengo
de la noche sin alba,
de las hojas que aún parecen vivas
y ya no tienen savia,
de ese momento cuando se atraviesa
el borde del espanto,
del despertar sin recordar siquiera,
del límite entre el muro y la esperanza.
Yo le diría
que llegará una tarde sin mañana,
la tarde en que la lluvia sólo es
agua:
apenas una cosa entre las cosas.

Y tengo miedo, amor. Y estoy callada.

(Julia Prilutzky)

viernes, 24 de mayo de 2013

Óxido

Que la vida es una tómbola, ya lo sabemos gracias a Marisol. Y puede que se supiera desde mucho antes de Augusto Algueró.

Que la vida no sólo es una tómbola, sino que es la única tómbola en la que puede tocarte bueno o malo sin meter -y mucho más fácilmente de lo segundo-, tampoco es nada que nos sorprenda a partir de una cierta edad.

Dentro del ying siempre hay un poco de yang, eso lo sabemos por el anagrama ese tan chulo que tienen los chinos en los colgantes. Con el Tao, Lao Tsé nos explica que todo tiene causa y consecuencias.

Que, si naciste "pa martillo", del cielo te irán cayendo los clavos -o una enorme orca simpatiquísima y terrible-, nos lo dejó muy claro Rubén Blades. Y podría añadir que nadie se baña dos veces en el mismo río -especialmente si está helado-, que no se puede estar Opé y en paradero desconocido, que el hielo es mucho más duro que el cemento.

Lo que quizás no sea tan conocido es que óxido debe ser eso con que el amor nos salva la vida cuando lo exponemos, sin concesiones, sin aliento, a la ferocidad de la intemperie.


...Te amo y te lo grito estés donde estés,
sordo como estás
a la única palabra que puede sacarte del infierno
que estás labrando como ciego destructor
de tu íntima y reprimida ternura que yo conozco
y de cuyo conocimiento
ya nunca podrás escapar...

(Gioconda Belli)



LITURGIA

Querida amiga:
estamos aquí reunidos
para celebrar un beso.

Estamos aquí reunidos
desvistiéndonos de circunstancias,
ataviados con las ganas hechas encaje,
rezumando presente por los ojos
y con el corazón galopando salvaje
desde el prado de los promontorios.

Vamos a palparnos los filos
hasta encontrar las certezas erizadas,
hasta llegar a un acuerdo
con la sangre atrincherada bajo el tumulto.

No hay que decir más palabras que las justas,
expulsando el aire que tanto nos separa,
dejemos que ardan la piel y la inconsciencia
mientras el tiempo se derrumba
a nuestro alrededor.

Celebremos con el lenguaje de los cuerpos
este beso fresco, húmedo, afilado,
que nos unte de la materia del presente.
Que nos ciegue el resplandor de la fragua
que convierte un beso ágil y fuerte
en la llave que abre la puerta de otra vida.

No obstante, el futuro todo lo oxida.

martes, 21 de mayo de 2013

De besos y punto

Mis besos no son puntos de sutura, no pretenden curar ninguna herida vieja sino, en todo caso, abrir una nueva.

Mis besos no son puntos de cremallera porque no se trata cerrar ninguna boca sino, al contrario, conseguir que se quede entreabierta.

Mis besos no son puntos de soldadura, aunque se queden fijados en tu memoria. Si notas que te cuesta trabajo despegártelos de la boca, que sepas que no es por el estaño, sino porque van recubiertos de gominola.

Mis besos son puntos de partida, sin rumbo fijo, sin otra dirección que la tuya, sin otro sentido que el de cruzarnos la vida.

Mis besos son puntos de vista, un irme acercando a ese modo de ver la realidad tan de cerca, tan estrábico, que tengo que sujetarte con los labios para poder acertar con la lengua.

Mis besos son puntos de inflexión cuando lo cóncavo en que algunas veces me convierto, pasa a ser tu lado convexo.

Mis besos son puntos y seguido. O, a veces, cuando los doy sordos y chiquitos, pueden parecerte...

Aunque sé que algunas veces mis besos no son puntos, sino rayas que trazan garabatos frenéticos y urgentes o dibujos simples y cadenciosos que confunden las manecillas o letras minuciosamente manuscritas con caligrafía gótica sobre vello y lunares.

Algunas veces mis besos no son puntos, sino otro modo de explicarte el tiempo.

Quizás el único modo.



EL BESO

Hoy, no sé por qué, el viento ha tenido un
hermoso gesto de renuncia, y los árboles han
aceptado su quietud.
Sin embargo (y es bueno que así sea) una guitarra
organiza obstinadamente el espacio de la soledad.
Acabamos sabiendo que las flores se alimentan en
la fértil humedad.
Ésa es la verdad de la saliva.

(José Saramago, versión Ángel Campos Pámpano, 2005)



ELOGIO DE LA SUPERVIVIENTE

En tu cuerpo, escrito:
la infancia como una enorme sala húmeda
hospitales donde trasplantan cicatrices
una temible aguja que se abreva en tu piel
terror a cruzar puentes sobre las autopistas
diez años de indagación sobre el suicidio
desamor golpes y la más extrema
clandestinidad del llanto.

El cuerpo del deseo es el del sufrimiento.
Ahora yo también escribo en él
con esperma y con besos, arrastrando las sílabas.

Francamente: eres tan hermosa
que todas las mujeres son hermosas.
Nace mi lengua en tu boca de tabaco tibio.
Pero esto te lo diré de otra manera:
no hay más derrota que el morir, la muerte
de un solo trago o a sorbos. Y hasta entonces
sigue tu música y la lucha sigue.

(Jorge Riechmann)

lunes, 20 de mayo de 2013

Contigo hasta el final

Porque todo acaba
-incluso
los sueños de morfeo-,
contigo hasta el final.

Descalza
en mitad de la noche exacta,
pequeña
sobre el escenario redondo del mundo,
exenta de tacones,
envuelta en humo,
un vestido simple que te resbala,
el pelo que cae liso
libre por la espalda,
una voz, música de viento,
y dices
lo quieres decir, por fin,
tormenta
que amenazó tu corazón
y luego dudas,
y cantas
como quien se arrepiente.

Porque todo acaba,
contigo hasta el final,
vámonos,
gritemos que triunfó el amor,
aunque seamos los penúltimos
y sólo lágrimas
-tan distintas, tan parecidas-
ganen el festival.



A LA MISTERIOSA

Tanto he soñado contigo que pierdes tu realidad.
¿Habrá tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo
y besar sobre esa boca
el nacimiento de la voz que quiero?
Tanto he soñado contigo,
que mis brazos habituados a cruzarse
sobre mi pecho, abrazan tu sombra,
y tal vez ya no sepan adaptarse
al contorno de tu cuerpo.
Tanto he soñado contigo,
que seguramente ya no podré despertar.
Duermo de pie,
con mi pobre cuerpo ofrecido
a todas las apariencias
de la vida y del amor, y tú, eres la única
que cuenta ahora para mí.
Más difícil me resultará tocar tu frente
y tus labios, que los primeros labios
y la primera frente que encuentre.
Y frente a la existencia real
de aquello que me obsesiona
desde hace días y años
seguramente me transformaré en sombra.
Tanto he soñado contigo,
tanto he hablado y caminado, que me tendí al lado
de tu sombra y de tu fantasma,
y por lo tanto,
ya no me queda sino ser fantasma
entre los fantasmas y cien veces más sombra
que la sombra que siempre pasea alegremente
por el cuadrante solar de tu vida.

Robert Desnos, versión de Francisco de la Huerta, 1926)

domingo, 19 de mayo de 2013

Historia mínima

Puede torcerse la noche
y quedarse enredada en tu pierna
mientras sueñas y no vives
y hace frío y calor al mismo tiempo.

Algunos "buenos días", luego,
son capaces de curar la artrosis
o edificar un día memorable
desde los cimientos de la palabra.

Pero por desgracia
también acechan turbiamente
los "lo siento" que anuncian
que ya nada volverá a ser
como era antes.

Todo tiene consecuencias,
no en vano cada causa origina
un remolino en el agua,
todo vendrá sucesivo,
poco a poco desatado,
como una historia mínima
que se extingue,
se deshace
y se acaba.




CUANDO YO SOY AUN LA VIDA

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

(Francisco Brines)

viernes, 17 de mayo de 2013

Bailar a los pies de la cama

Esta carraspera matinal, la mala sombra que me da el insomnio, la pereza de hacer ahora todas esas cosas que sé que tendré que volver a hacer mañana. Quedarme siempre corto con la sal.

Mi modo de balbucear por teléfono, la manía de escribir metáforas, cada contradicción nueva que me descubres sin necesidad de diván o la facilidad para romper todos los pantalones por el mismo sitio.

Ni mili, ni posguerra, ni han muerto todos los que quiero. Ni soy completamente libre ni dejo de serlo. Ni mi vida tiene sentido, ni deja de tenerlo, ni todo mi tiempo es oro, ni toda la vida es sueño, ni todo mi insomnio es un sarampión que ya pasó.

Entre las rutinas de todos los días y mi biografía, estoy yo. Que no soy un punto medio, sino más bien un todo revuelto que se deja rodar por una cuesta sin demasiado control, aunque aparente tenerlo.

Que me lleven a París en un jet privado para una cena romántica, es un detallazo, desde luego, pero una acción sin peso, que no se puede repetir sin que pierda toda la emoción que contuvo. Como cantarte una canción desde lo alto de un escenario o alquilar una limusina para dar una vuelta a la ciudad.

Prefiero las cosas que son especiales sin necesidad de parecerlo. Porque entre las costumbres adquiridas y la crónica social más o menos maquillada, estoy yo. En ese espacio que hay entre lo que hago todos los días y lo que sólo hago una vez en la vida, es donde está mi identidad.

Porque entre lo público y lo secreto está lo íntimo -que es eso que sólo tú y yo sabemos convertir en distinto cuando lo hacemos una y otra vez-, porque, aun siendo iguales, somos muy distintos de los demás, estoy deseando besarte en el pecho todos los días como un amuleto.

Y sentir cómo me bailan tus pies fríos al meterlos -deprisa, amor, que me destapas- en una cama ancha (si yo fuera tus sábanas), en una tarde rugosa (si yo fuese tu playa), o en mi vida, si también fuera la tuya.




LA ESPERA

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

(Joan Margarit)


LA MUCHACHA DEL SEMÁFORO

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de ti
como ahora tú de mí en este semáforo.

(Joan Margarit)

jueves, 16 de mayo de 2013

Walken

Después de mucho pensar en cómo abordar la idea que me da vueltas en la cabeza desde que ayer los ojos de Christopher Walken me hicieran una pregunta que me horrorizó, resulta que hace ya tiempo que escribí exactamente eso que le hubiera contestado al actor.

Me ocurre con frecuencia aquello de "pero si yo tengo un texto que decía algo de eso". No sé si es que escribo sobre lugares muy comunes, o que recuerdo con la suficiente inexactitud como para que cualquier idea me recuerde a cualquier otra. Pero es cierto que me sucede muchas veces.

Además, el tema en cuestión es recurrente en mí -que es un modo elegante de decir que me resulta muy socorrido-. Tengo, no hace mucho tiempo publicados en este mismo blog, varios textos sobre el asunto.

Walken le pregunta a Nicole Kidman, en presencia de un asustadizo Matthew Broderick que hace las veces de su marido, que qué haría si tuviera el poder de eliminar los pequeños defectos de la persona a la que ama. Si podría renunciar a remodelarla para conseguir que fuera exactamente tal y como uno la desearía.

Y aunque es verdad que hay gestos que trastabillan una tarde, risotadas que desmelenan una amargura o manías persecutorias que colman vasos de cristal; aunque es verdad que sería fantástico que, por un momento, fueses tal y como yo te imagino, prefiero mil veces que el resto del tiempo sigas siendo exactamente como eres.

Si yo fuera perfecto, me olvidarías enseguida, como se olvida el motor de un coche que nunca se avería, que no te deja tirado, que nunca pide gasolina. Nada parecería real, sino que todo ha sido siempre simulado. ¿Cómo sabrías que me quieres si no pudieras odiarme?

PERFECTA

De sobra sé que no es perfecta, que nada lo es. ¿Y qué importa? El ideal no existe; y si existe, no me llega, no me hace temblar, no me conmueve.

Si supiera, si tuviese el don de esculpirla de la nada, no encontraría el modo de mejorarla con estas manos mías, con estos ojos propios, con este corazón envejecido y envalentonado.

Yo también soy mis errores, mis manos torpes, mi cuerpo moldeado por los genes y la pereza. Y estoy tan hecho de sueños como de fracasos, con tanto entusiasmo como decepción.

Aquí aparezco, tal vez, como si supiera de lo que hablo, como si todo rodara suavemente por una cuesta ligera y las palabras surgieran solas, seguidas, en una misma secuencia de plano contraplano.

Pero es pura coquetería la de ocultar los lunares de la espalda, el pellizco ansioso de una tarde de domingo y el asqueroso vicio de fumar a deshoras. Coquetería necesaria, pero que no me engaña. De sobra sé que no soy perfecto... ¿y qué importa?

Y como yo no lo soy, ella no puede serlo. Su imperfección no es un defecto, sino eso, exactamente eso que hace que ella sea como es. Eso que tanto me gusta.



No tiene nada que ver, pero, puestos a rebuscar en el trastero, no me he resistido a endiñar otro texto sobre este maravilloso actor y su don de traerme buenas películas y malos recuerdos.



ZONA MUERTA

Todavía recuerdo cuando fuiste invisible y aquel mimetismo te sostuvo columpio indiferente entre los árboles. Casi sin gravedad, en un antes y un después tan tenue, que no te supiste trenzar como haces siempre.

Luego, recuerdo también, que eras paisaje escondido, figurante mímico de las noches extranjeras que bebían a mi lado. No pasabas ni despacio ni deprisa, no movías el aire que respirábamos juntos sin saberlo, no te precedían ningunos pies.

De intermitente a obsesiva, te transformaste en la línea que todo lo difumina para siempre. De obsesión a control, de control a absurdo, de absurdo a visceral. Cada vez más burbujas, pero todas rellenas de plomo.

Nunca has vuelto a ser la misma de antes, desde que no me dejo darte la mano. Ahora ya, ni siquiera soporto mirarme en tus ojos de Christopher Walken.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Sin guión

Tantas veces he visto saltar del tejado de un edificio hasta el contiguo, que alguna vez me ha apetecido intentarlo, sin más, como ejercicio contra el aburrimiento. No tiene que ser muy difícil, si hasta los malos lo consiguen.

O saltar de un coche en marcha, porque me he dado cuenta de que siempre se sobrevive, al menos, en las series de televisión. Aunque, lo más divertido debe ser tirarse con carrerilla sobre una ventana cerrada, romper el cristal con la cabeza y luego caer plácidamente sobre los contenedores de basura repletos que, sin ninguna duda, estarán justo debajo.

Hay momentos de mi vida en los que no escucho música de violines y lo raro es que me sorprende no escucharlos. Ahora ya siempre espero que el malo se arrepienta en el último instante, se salga de la cola del Mercadona en donde se me ha colado y me ceda la vez.

Por fin comprendo perfectamente a Spiderman cuando dejó de fumar.

Incluso me asombra enormemente, cuando camino a altas horas de la noche por la ciudad mientras regreso a casa, no encontrarme nunca a ningún tipo enamoradísimo que aguanta mecha bajo la lluvia hasta que se le asoma la muchacha por el balcón, se gritan frases lacrimógenas sin excipientes, y luego corren a besarse justo cuando deja de llover. Pero si eso pasa todos los días, ¿por qué nunca sucede cuando paso yo?

He visto tantas veces cómo se desactiva una bomba en el último segundo, que ya ni siquiera me pone nervioso abrir un paquete de arroz de marca blanca. Estoy convencido de que hay tantas primeras citas que acaban en la cama, que prefiero empezar directamente por la segunda, que es la de no volverse a llamar.

Conozco perfectamente la técnica de un beso apasionado, la presión exacta de los labios y el ángulo de las barbillas, domino sus fases de un modo tan absoluto -ars gratia artis-, que no consigo entender por qué ninguna chica quiere practicarlo conmigo.

Tantas veces te he oído decirme "te quiero" como preludio a un abrazo conmovido, que hasta me siento querido... supongo que... por la cámara.

He leído tantas palabras de eso que llaman amor, se me ha erizado tantas veces la piel por debajo de las palomitas, he deseado con tanta fuerza que se encendiese un luz contra los malentendidos y la obcecación de los protagonistas, que estoy completamente convencido de que debe haber vida después del cine.

Y una vida que, muy posiblemente, no tiene guión.




PROTESTACIÓN DE FE

Me resisto a creer en otros dioses
que tu boca y la mía,
dos lenguas que compartan el idioma
que hablan los ahogados.
Tengo miedo a pensar que solo el polvo
acogerá mis huesos.
Nací para tejer mi enredadera
en torno a tu cintura.

Me resisto a creer que las gaviotas
cenarán las migajas
de este amor sin cronista;
no quedará en la tierra maremoto
que suplante a tus besos.

(Anabel Caride, Nanas para hombres grises)

martes, 14 de mayo de 2013

Terriblemente

Ha sido un día fantástico, templado, suave. La tarde ha funcionado como una seda que va resbalando por tu piel desnuda y la noche está habitando en mí como madriguera confortable. Pero me siento triste, terriblemente triste, porque puede que el día de mañana no sea fantástico, que la tarde de mañana se me atranque en un par de palabras, que la noche de mañana me destierre hacia el ridículo.

Me ha tocado la lotería, ese tipo de sorteo que sólo toca una vez en la vida. Debería estar dando brincos, gritando histérico de alegría, abrazando a todo el que se cruza a mi paso. Tendría que tener una excitación impertinente y manchas diversas por debajo de las axilas de tanto soñar en lo que puedo hacer con el premio conseguido.

Pero me siento triste, terriblemente triste, porque puede que mañana no vuelva a tocarme la lotería, porque puede que me toque menos de lo que yo esperaba, porque puede que mañana me descubra rompiendo el boleto en añicos antes de mirar si está premiado o no.

Sí. Me lo han dicho: "te quiero". Con su compleja ortografía de incógnitas que no se despejan, con su antigua pronunciación de labios entumecidos por la historia que se les agolpa en la saliva. Y yo, debería tener el pecho repleto, los ojos redondos del placer acústico y las manos abiertas deseando constatar en base al deseo de los cuerpos todos los verbos que aun me quedan por emplear.

Pero me siento triste, terriblemente triste, porque tal vez mañana no me lo digan, no me lo repitan. Y si lo hicieran, tal vez haya un tic de desamor en el tono, una desaprobación camuflada en el acento, una desilusión escondida entre las dos palabras en cuestión.

Estoy terriblemente triste porque puede que mañana me digan, no ya lo contrario, que al fin y al cabo sería algo puro y sólido, sino nada, absolutamente nada. O, y esto sería mucho peor, que sólo me dijeran algo a medias, entre un sí y un no, sin descartarlo pero para que no me lo crea ni nadie dé nada por prometido.

Terriblemente triste, estoy escribiendo todo lo que puede que mañana no me suceda, concentrándome en lo negativo, dejando que se me escape la noche, la lotería, la declaración de amor y un par de poemas que quizás me hubieran bendecido si no estuviese tan terriblemente decidido a estar triste.

Tendré que acostarme pensando que quizás no duerma, que tal vez me lleguen pesadillas, que puede que alguna tormenta azote las persianas, que mañana saldrá todo mal y que puede hasta que llueva.

Si alguien me convenciera de que todo lo malo que ha ocurrido hoy puede que no ocurra mañana, sin que sirviera de precedente, me sentiría por una vez terriblemente alegre.

Alegre o triste, pero terriblemente. De ahora en adelante pido que siempre todo me sea terriblemente: inocente o culpable, turbio o puro, valiente o cobarde... Que todo me llegue terriblemente. Incluso, si alguna vez pudiera llegar a comprenderte del todo, quiero comprenderte terriblemente; terriblemente y no de ningún otro modo.




RESQUICIOS Y RESCOLDOS

Hay resquicios como encendidos rescoldos
y rescoldos que son presencias sinuosas
que cotidianamente nos habitan.

Viven en nosotros alimentándose de sí mismos,
de lo que fuimos, de lo que alguna vez
volveremos a ser, bueno o malo.

Sólo somos sus impávidos anfitriones,
incubadoras, matrices donde a veces van creciendo
y cuando en los resquicios los rescoldos
se inflaman, se ponen al vivo rojo,

en los rescoldos los resquicios se destemplan, se exacerban,
pueden salirse de madre.

Entonces hacemos cosas inauditas, acaso terrible:
y nadie nos conoce ya, ni nosotros mismos
nos reconocemos. Porque una sola masa informe,
magma atroz, puro caos, nos desquicia.
Porque ahora es antes y antes después y siempre,
y todo terriblemente diferente, porque todo
es turbio en su inexorable lógica expedita,
porque nada entendemos ya o tal vez demasiado,
y siempre, siempre hay consecuencias...

(Enrique Jaramillo Levi)



ESCRITURA

Afuera llueve
Tu mano escribe a mi lado un poema
Veo caer la lluvia
Los trazos emiten un sentido
En los charcos de la calle flotan palabras
Una lenta humedad de signos nos ciñe al respirar
Estoy empapado de ti cuando te leo
Somos ya una misma esencia
atrapada entre agua y escritura.

(Enrique Jaramillo Levi)

jueves, 9 de mayo de 2013

Mis memorias no valdrán nada

Sé que al escribir mis memorias
no conseguiré hacerme rico.
Puedo contar muy pocas cosas que vendan.
No conozco -o que era muy niño-
el silencio de un cementerio
que queda después de la muchedumbre.
En mi vida jamás le he salvado la vida a nadie,
ni siquiera a una mosca.

Tampoco he visto más mundo
que el que me ha pasado rozando
por tres o cuatro vecindarios.
Nunca fui de putas
-supongo que por miedo-,
llegué tarde a la era de Acuarius
y, cuando ya me tocaba ser bohemio,
compré una hipoteca completa
con su vida doméstica y domesticada.

Como soy un inútil total
-y conservo perfectamente
la humillación y los documentos que lo acreditan-
nadie entendió por aquel entonces
las objecciones de mi conciencia,
que es de poco militar en ninguna parte.

Los grises cambiaron de color
antes de que yo supiera correr delante de alguien.
Tampoco puedo contar
                                  -y toco madera-
enfermedades terribles,
noches de cárcel o borracheras...
Ni hice los méritos suficientes
para obtener de una chica
ese asombro con un punto de envidia
que dan algunos actos de amor
o de deseo
-y que nunca parecen ridículos
cuando los hacen los demás.

No he vivido ninguna guerra,
ni siquiera la del divorcio
-aunque desde entonces mantengo
un cierto temblor por debajo de las uñas
cuando firmo documentos triplicados.

Cero orgías en mi marcador aunque experto
en sexo solitario.
Pocas historias de amor ajeno
y muchas de amor propio frustrado.

Yo sé que mis memorias
nunca valdrán nada
porque mi biografía no contiene emociones fuertes,
mis perversiones y traiciones
son de lo más mundanas,
y mi único exilio es éste interior
en el que tanto tiempo llevo metido
que acabaré por confundirlo con una patria.

Ninguna tienda de Londres
sacará a subasta mis corbatas
ni mis calzoncillos.
Mis memorias,
aunque no valdrán nunca nada,
son las únicas que tienen algunas noches
donde recuerdo mi nombre
tiritando de luz o de frío o de asma.

A pesar de todo las voy escribiendo,
poco a poco,
desde esta vida barata en la que habito,
desde esta vida vulgar, anodina, sorda,
que a mí me cuesta vivir
tanto
        como si
                    realmente
                                   mereciera la pena.



LO DIJO EL POLICÍA

Las memorias se venden bien, pero su precio oscila.
Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia,
columpios o lunas, algo que se llamó ideales
y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas.
Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos.
Y para poco gasto tenemos las de algunos que sólo cuentan
tiempos perdidos y que a los sumo fingen
llagas de sombra con rostros de tarde o de tortuga.
Nada es. Pero alcanza a cualquier bolsillo.
Yo ya siempre lo había dicho: las memorias
de los poetas castrados
nunca valdrán un duro.

(Santiago Montobbio)



CAE EL SOL

Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.

Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.

¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
( "hoy se caen solas las cerezas",
me dijeron un día, y yo sé por qué fue ),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.

Se me había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)

Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.

Y cuando sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.

(José Hierro, Libro de las alucinaciones, 1964)




lunes, 6 de mayo de 2013

Diez

Hoy no ha sido el mejor día de mi vida. Son eventualidades reales a las que uno se tiene que ir acostumbrando. Son contingencias que hay que tener presentes, riesgos que nadie puede calcular exactamente. Son posibilidades familiares, es cierto, pero no es conveniente dejarlas dormir en nuestra misma cama.

Siempre hay un amigo muy enfermo, un ser querido pendiente de una analítica, una amiga a la que le duelen los huesos, un pasajero del autobús que se enfada, unos vecinos que se gritan a coro y se mandan hacia la sodomía conceptual.

Puede suceder una mancha que aparece en la piel, una espina clavada de haber podado los rosales, un jardín lleno de yerba, un repuesto del frigorífico que no se encuentra, una agenda que no permite coincidencias, una ausencia que se deja sentir a las horas en que el sol acaricia suavemente la tarde sobre el patio.

Por todas partes acecha una nariz inoportuna que no nos deja encajarnos en un beso, una larga espera en la consulta abarrotada. En cualquier momento puede llegar una llamada desconsolada, una tentación irresistible para la dieta, un cigarro encendido sin darnos cuenta, un pájaro que mancha la ropa tendida, un rato de silencio insufrible. En cualquier momento podemos perfeccionar nuestros peores defectos.

Hay ratos en que puedes notar cómo te muerde alguna palabra que no has dicho, cómo encuentras una asfixia en cada respuesta que no te dan o sucede que no puedes escaparte de la insoportable publicidad de los días señalados para regalo. A veces, de repente, llueve mientras almuerzas al aire libre o, sin la más mínima sospecha, descubres que aquello que pronunciaste como quien regala un caramelo, se convierte en ácido que le hace saltar lágrimas a los niños que se lo comieron.

Tantas cosas pueden salir mal, tantas cosas buenas pueden no suceder. Quizás mañana tampoco sea el mejor día de mi vida pero, sin embargo, tengo diez motivos para esperarlo con verdadera alegría.


EPIGRAMA

Sueño y trabajo nos costó saberlo:
ternura es patrimonio de los rojos.

Pero los rojos, Claudia,
en estas noches bárbaras,
sólo somos tú y yo.

(Javier Egea)


LA TRISTEZA

No te asustes por mí. No me habías visto
-¿verdad?- nunca tan triste. Ya conoces
mí rostro de dolor; lo llevo oculto
y a veces, sin querer, cubre mi cara.
No temas, volveré pronto a la risa-
-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.
No te preocupes que ha de volver pronto
a florecer intacta la sonrisa.
Me has descubierto a solas con la pena
e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo!
Cuando menos se espera, el aguacero
cae sobre la tranquila piel del día.
Así ocurre. No temas, no te aflijas,
no hay secreto, mi amor, que nos separe.
La tristeza es un soplo, o un aroma,
para llevarlo dulce y suavemente.
No te quejes de mí. Yo estaba sola
y vino ella, y quiso acariciarme.
Déjanos un momento entretenidas
en escuchar los pasos del silencio
y sentir la tristeza de otros muchos
que no tienen amor ni compañía.

(Pilar Paz Pasamar)

sábado, 4 de mayo de 2013

To the wonder

No apareció una caperucita roja entaconada que manda callar al lobo, Lulú dejó de ser "moi", los hombres no entraban en las distancias cortas, las paredes de cristal no cayeron delante de los periodistas porque yo no soy lo que piensan, y aunque He is y She is, no se veía ninguna fiesta con portero de pinganillo.

Ni ella chasquea los dedos ni él se convierte en un perro, no apareció un enorme árbol de cristal del que pende un precioso frasco rojo, la modelo no se escapó por la ventana en una moto, a la chica le suena el teléfono y lo contesta en lugar de abrazarse a un enorme bote de perfume.

El caso es que creo que ella se metió en una piscina, pero no salió de color dorado. Hubo una playa, pero sin plataforma mediterránea en la que besarse, no cayeron flores de Kenzo al tejado en ningún momento. Nadie gritaba "egoiste", aunque supongo que lo pensaban. Ninguna alfombra roja, nadie se corta a puñados el cabello ni se arranca botones de la camisa.

Llueve a veces, pero ninguna chica se restriega una orquídea por los labios y el aqua no es di gioia. Sí, si parece que lo que busca es el amor, como Scarlett Johansson, pero es francesa y el novio americano. Y no se desnudan en penumbra mientras la luz resbala por una cortina de rejillas de Gucci.

La verdad es que no salió nada de eso. Entre medias sí, muchas voces en off diciendo frases ovaladas, espirales y parabólicas. Pero después de aquel larguísimo anuncio de colonias, la película terminó sin haber empezado.

Ellas muy guapas y ellos muy guapos. Vayamos hacia la maravilla, sí. Pero por otro lado.




SUMA

Los días no contaban para mí,
bastaba la palabra.
Yo escuchaba en cuclillas cómo alguna palabra
                 conversaba con otra.
No contaban los días.
Pero extravié palabras y los días me siguieron de
                 cerca con sus largos abrigos.
Yo iba mirando el suelo.
"Ese no cuenta el cuento", vaticinaron unos.
Yo no escuchaba a nadie, yo contaba con ellas.
Los días fueron como trapos mojados en los pies.
Habité días feroces porque perdí palabras.
Eran contadas y eran, al fin, las que contaban
El tiempo es implacable.
El que pierde palabras tiene los días contados.



ENVÍOS

Todo lo que se da llega a destiempo.
           No existe otra manera.
Entre el ojo y la mano hay un abismo.
Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.
Un país que asoma su cabeza deforme en una
           carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
           esperabas.
Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
           sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.
Dibujamos una taza de café en el desierto.
Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.
Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.
En alguna montaña vive un pez resbaloso.
Entre números rotos se desliza una estrella.



SUCESO VIII

a veces soy la voz del otro lado del teléfono
a veces un aliento
una ciudad enorme donde te encuentro a veces
por supuesto una fecha
un saludo que cruza el cielo velozmente
dos ojos que te miran
un café que te espera después de la llovizna
una fotografía una mano en tu mano
desesperadamente una canción etcétera

y siempre o casi siempre
nomás ese silencio
donde solés colgar tus prendas íntimas.

(Jorge Boccanera)

Confirmar el borrador

Estoy aquí liado, con la calculadora en una mano y el corazón en un hilo. ¿Me saldrá a pagar o a devolver?

La parte de las retribuciones no es que sea escasa, sino que me gustaría dar y tener mucho más. Bueno, ya se sabe, las crisis diversas, incluidas las de la edad. Nunca termino de acertar cuales son computables y cuales no.

¿Deducible? Jamás entenderé ese concepto porque, al fin y al cabo, somos intuición y, aunque muchas veces nos falla, las deducciones fallan exactamente igual. Gastos sí, muchos, aunque estaban en lo esperado. Afortunadamente, la saliva es barata y la tinta electrónica también. Los otros, los previstos y hechos con mucho gusto, no han sido tantos como hubiera querido tener.

No sé si lo computable tiene que ver con lo imputable o lo disputable, se parecen mucho las tres palabras. Digo yo que serán cosas del rendimiento neto, porque de bruto yo no tengo nada. Bueno, si acaso, un poco, sobre todo cuando me pongo a fantasear. Y es difícil de calcular esto del rendimiento, porque tiene su cuota estatal, del imponderable estado de las cosas, y su parte autonómica, de la autonomía de cada cual al valorarlo todo según su intrahistoria.

La base imponible es cero, porque adoro la libertad para dedicar el tiempo y no hay nada que imponer. En todo caso, un mínimo por contribuyente, porque si no se contribuye con dedicación, se está exento (según Ley 58/2003, Art 41, 42 y 43, apartado c) y siguientes) y no hay declaraciones que hacer.

El tipo medio lo tengo claro, todo el mundo sabe que lo soy, con mi cuota íntegra (más o menos reducida) y mi parte complementaria y liquidable de falta de sinceridad que, a veces, hay que someter a gravamen y reducirle la parte positiva del ahorro de malos ratos que pasar.

Lo de los donativos me pone malo. Odio esa palabra. Uno se entrega por gusto o no se entrega, ¡qué coño de donativos!

Recuerdo algunos intentos de autoliquidaciones antiguas, pero digo yo que ya habrán prescrito, nada de liquidar. Sublimar, sí, eso sí que lo intento siempre que puedo, pero no aparece en ninguna casilla. Tampoco, qué extraño, hay casilla para solidificar. Lo que sale aquí es lo de la deducción por la hipotética; pero mejor no pongo nada, que quién sabe lo que puede pasar.

La cuota líquida, bueno, por la parte autonómica hay de sobra, vamos, prácticamente todos los días. En cambio, la estatal es escasa, por las prisas, más que nada.

Ya sólo me queda resolver la cuota diferencial, pero el caso es que me encanta la diferencia. ¿Podríamos dejarla tal y como está? ¿Sí? Entonces ya tengo la declaración hecha.

Que conste que esto de tributar lo hago con alegría, con mucha alegría. Porque el amor, en lugar de un ejercicio de expectativas y memoria, debería ser siempre un borrador pendiente de confirmar.

Sólo me queda firmar electrónicamente el borrador y que me lo validen estos poemas.



AL FINAL

"Los ojos ven, el corazón presiente."
Octavio Paz

Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
que se puede no amar de repente y no duele.

Duele el amor si pasa
hirviendo por las venas.
Duele la soledad,
latigazo de hielo.

El desamor no duele. Es visita esperada.
No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.

Somos así, mortales
irremediablemente,
sin duda acostumbrados
a que todo termine.

(Irene Sánchez Carrón, Porque no somos dioses, 1998)


KNOCK-OUT

ella afirma que pertenece a la Iglesia Evangélica.
yo la creo.
me dice que debo unirme a su Iglesia.
toco su ronca boca y oigo su voz suave.
ahora intenta adivinar mi profesión:
¿eres marinero?
¿estás loco?
¿vendes cítaras?
yo no respondo.
vivo tan lejos de sus preguntas,
dentro de un corazón alquilado.
todas las mujeres son vuelos,
¿es ella un vuelo chárter
en un avión que se avería?
silbo mientras pienso la respuesta.
aquí no hay ventanas,
pero sé que llueve,
una lluvia triste como gallo sin cresta.
siempre agua,
jamás maná.


me dice que silbo descaradamente mal.
estamos en la cama casi desnudos

(yo aún llevo mi camiseta o mi coraza.
y una medalla tapa un círculo
de su piel).
algo hay entre mis dientes.
no sé qué es,
quizá un último billete.
quizá una declaración de amor disfrazada de billete de mil.
ella está evangelizándome,
me dice que debo unirme a su Iglesia.
busco calma en su extraña fe.
ella tiene tantas almas como un noble ruso,
no dejaré que me salve hoy.


mis garras acarician,
cuando me vaya de aquí
recobraré la felicidad de mis garras desgarrando la vida.
ella me mira,
yo numero sus lunares como antes numeré sus penas.
le digo que soy militar retirado con jugosa pensión,
finquita y Jaguar,
y ella me dice:
cierra la boca,
cielo,
yo soy una ciudad de chicas.

quiero amarla, quiero quererla.


pienso en otra mujer,
me destruía sentada en un bidé.
ya no pienso,
ya no.
cojo un cigarrillo,
y mi mechero abre su ojo de llama.
ella ve cómo fumo nuestra pobre pipa de la paz.


a las diez y cinco nos damos cuenta de que el Juego sobrevive.
  jugamos.
   la empujo
    y cae sobre la cama blanca como ermita.
      knock-out.

(Pedro Casariego)

viernes, 3 de mayo de 2013

Nadie es perfecto

He ido aprendiendo poco a poco a no entender a los demás. Requiere mucho esfuerzo. Aceptar que nadie es perfecto, aunque te pida la bolsa o la vida a punta de razones, no es sencillo de asimilar.

No me refiero a la desatención de oír a mis semejantes en lugar de escucharlos. También hago eso de vez en cuando, naturalmente, faltaría más: tampoco yo soy perfecto.

Ni tampoco quiero decir que me desentiendo. El único capital propio es el tiempo que tenemos y a qué o a quién se lo dedicamos. Y, desde luego, no me gusta despilfarrarlo.

Quizás no lo sepa explicar mejor que como he dicho al principio. He ido aprendiendo poco a poco a no entender a los demás. Supongo que gracias a este progresivo desconocimiento que la vida me regala con el paso, más que de los años, de las situaciones y de las personas que me transitan.

Cuando me dicen que un año o cinco años, inmediatamente consigo no entenderlo. Cuando alguien se aflige porque no consigue hacer lo que quiere hacer, me resulta muy sencillo no entenderlo. Cuando me refieren enfados concretos, venganzas terribles, promesas inquebrantables, preferencias infinitas, principios irrenunciables, advertencias genéricas o, simplemente, planes bien elaborados, noto enseguida que se activa el mecanismo de no entenderlo. Cuando me dicen que me quieren, soy capaz de no entenderlo perfectamente.

No es ningún ingenioso juego de palabras ni ninguna mordaz reprimenda infundada. Ocurre que hay quienes piensan que somos rubios o morenos, fieles o mujeriegos, casados o solteros, guapos o feos, de izquierdas o de derechas, aries o sagitario, Leoncios o Tristones, gavilanes o palomas, mentirosos o sinceros, estruendosos o tímidos, corazones o cabezas... y, entonces, lo entienden todo. Entras por la puerta y, con una sola mirada, ya saben que eres hipocondríaco, neurótico, pasivo, hipertenso, depresivo, homosexual, impetuoso, fumador, sádico pero romántico y que prefieres los perros a los gatos.

Pero poco a poco hay que ir no entendiendo. Porque, por encima de todo eso que puede que seamos, muy por encima, mucho antes, somos, los seres humanos, profundamente contradictorios. Y, por si no fuera ya implícito en la frase anterior, añado que, naturalmente, somos fundamentalmente incongruentes.

Si ves que no me entiendes, no te preocupes lo más mínimo, es buena seña, vas por buen camino. Porque no es que yo no sea perfecto, no es que tú no seas perfecta: sino que lo perfecto es que seamos.

No, mi besos -quizás algún día puedas comprobarlo- no son perfectos. Lo perfecto es que sean besos. Y que se puedan despojar de toda costumbre añadida.


ÉCHALE A ÉL LA CULPA

A José María Álvarez y Carmen Marí

Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...
Y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mi sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marrullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.


(Vicente Gallego)

jueves, 2 de mayo de 2013

Lo que nunca he escrito

La verdad es que no sé cómo empezar este texto, aunque -y esto es raro en mí- ocurre que es de las poquísimas veces en las que sé exactamente lo que quiero decir.

Quizás lo mío no son los principios y tampoco sea necesario el entreacto de los párrafos para saber lo que digo. Seguramente es porque siempre prefiero dejar lo que más me gusta para postre. Una manía, una marca, una elección continua. Una de esas pocas verdaderas libertades que tenemos los seres humanos. Como la de encender la tele o dejarla apagada al llegar a casa, como desayunar antes de hacer la cama o viceversa, o cualquier otra combinación de intrascendencias que hacer con las llaves o con la vestimenta.

Estoy divagando, lo sé, quizás aún no se vislumbre siquiera eso que tengo necesidad de decir hoy. Sí, he usado la palabra correcta -otra manía impenitente la de atrancarme en los significados exactos, aun sabiendo perfectamente que no hay nada más inexacto que un significado-. Sí, necesito ser capaz de decir algo que, creo recordar, nunca digo y, sin embargo, tantas veces me quedo con ganas de decirlo que a veces me parece que es imposible que nadie lo sepa.

Un cierto pudor empapado en soberbia me lo impide. Esa otra manía inútil de no querer estorbar ni interrumpirle a nadie la vida, porque tiempo es lo único que tenemos y no quiero estafarle a nadie ni un sólo minuto. Y es que me puede esa vanidad absurda de rechazar cualquier regalo que huela a acto compasivo o a alguna de esas cosas que, bien entendidas, empiezan por uno mismo.

Así, por encima, debo haber escrito en los últimos años unos mil textos. Sí, sorprende la cifra, por lo menos a mí. Supongo que deben suponerse unas cuatrocientas mil palabras, más o menos. Da lo mismo porque, si añadimos lo hablado en ese mismo tiempo, empiezan a salirme decimales por todos lados.

He escrito sobre casi todo lo que se puede escribir, hasta sobre algunas cosas que ni siquiera merecía la pena pasarlas a limpio. Recuerdo haber escrito también sobre todo aquello que no se escribe y, sin embargo, nunca he sido capaz de decir que te quedes cinco minutos más conmigo.

O por lo menos, no recuerdo haberlo dicho ni escrito; aunque si bien mi memoria no es mala -vamos, que no me quejo en lo más mínimo de su rendimiento-, también es cierto que no levanta actas certificadas y que su exactitud es verdaderamente caprichosa e interesada algunas veces.

Le estoy dando vueltas -quizás precisamente ese sea el objetivo- porque, ahora, de repente, noto que me está subiendo la vergüenza al pensar lo que voy a dejar aquí escrito. Uno nunca acaba de conocerse y, cuando ya casi parece tenerse dominado, no sé, algo sucede, la vida vacila un momento, y te ves diciendo cosas que nunca te habrías imaginado que saldrían de tus dedos. Ni en voz alta, ni tan siquiera, como aquí, bajito y al oído.

Ni siquiera sé cómo terminar este desastre hecho renglones. Y eso que, seguramente, lo mío son los finales -o eso me dicen los amigos- que siempre se me quedan redondos, como círculos que se cierran y se quedan retumbando en el oído. No se me ocurre cómo acabar esta disfunción literaria en la que me he metido.

Sé que aquí acaba este texto y que mi silencio nunca tiene nada de atractivo. ¿De qué sirve un renglón en blanco, de qué sirve un párrafo vacío? Ni siquiera sé si al final he conseguido escribir lo que hoy necesitaba escribir. Y si lo he hecho, seguro que está escondido, como deseando, puerilmente, que te pase desapercibido. "Inútil" debería ser el título de este intento de complicidio.

Pero por si acaso lo he conseguido -y fuese mentira-, no hace falta que digas nada. Sólo déjame que añada... por favor.




ASALTO

Suave y firme tu mano.
No tembló tu corazón; era un instante
de calma y superficie
en tu voz como plata con arena
y en la húmeda pizarra de tus ojos.

Ha sido ahora, ausente,
cuando el tacto recuerda una caricia
y sangre adentro va tu aroma alzando
el oleaje y quema tu piel de oro.

Sufro extrañado en esta mano nueva
con su emoción de almendro,
que late y crea al recordar. La paso
por los objetos de costumbre: el hierro,
la madera, el cristal, la lana -tuyos-
y una descarga eléctrica de rosas
los hace carne viva.

(Dionisio Ridruejo)

miércoles, 1 de mayo de 2013

Caramelo

Supongo que el caramelo existe porque vivimos de promesas. Llámale sueños, engaños, préstamos de ilusión, anticipos de infierno o de cielo. No es más que hervor de un azúcar, sólo es una masa pegajosa que se endurece al enfriarse. ¡Qué sería de cada caramelo si no tuviéramos, escondida en alguna parte, el alma esperanzada de un niño!

De diferentes sabores, de colores diversos, nos endulzan la vida un momento. Sólo un momento, desde luego, porque de todos es bien sabido que se nos pueden picar los dientes si lo paladeamos durante demasiado tiempo. Y es que los dientes de morder la rabia nos hacen mucha más falta que embelesarse un instante por la boca.

Como todo el mundo sabe que para una fiesta sorpresa, no son necesarios ni tarta, ni globos, ni llevar las uñas pintadas del mismo color que el bolso. Lo único necesario para ese tipo de fiestas es la propia sorpresa. Que no siempre acaba en caramelo.

Cuando una mujer se desmaquilla llorando delante del espejo, alguna renuncia anda suelta por su dormitorio. Quizás el miedo a que, después del caramelo, lo insípido del día a día resultara muy amargo o, tal vez, es que uno a veces se avergüenza de la altura de su vida. Siempre me he preguntado quién puede, y con qué cinta métrica, ponerse a medir la mía.

Y entonces hay que sacárselo de la boca, no contestar al teléfono, no acudir a la cita, simular que se tienen veinte años menos o dejarse cortar el pelo para que te toquen unas manos, como si así todo nos pesara menos.

Lo malo del caramelo es cuando llega a tu pierna y se te enreda en el vello. Hay que tirar con fuerza, un tirón enérgico, seco. Y aún así, todos sabemos que se enrojecerá la piel y habrá que frotarla durante un tiempo. Incluso, si la temperatura no es la adecuada, puede que nos quememos y nos deje marcas.

Todas las mujeres, y algunos hombres, saben cuánto duele. Es muy difícil hacérselo uno mismo, es tan fuerte la promesa del dolor del caramelo, que son pocos quienes se atreven a no pedirle ayuda a alguien más experto. Y, con todo, siempre duele.

No se puede hacer poco a poco. Un tirón seco, la piel enrojecida y, entretanto nos crece otra vez el vello, a ver si nos cae en la boca otro nombre del caramelo. Luego, a irse preparando para que nos rechacen en el siguiente casting, para la certeza de que los próximos tiempos difíciles están a punto de llegar.

Supongo que las promesas existen porque nunca nos dura lo suficiente ningún caramelo. Y porque el vello nunca deja de crecer.



EN TIEMPOS DIFÍCILES

A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.

(Heberto Padilla, Fuera del juego, 1968)




Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar.
Lo mismo
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte.

(Leonard Cohen, versión de Antonio Resines, La energía de los esclavos, 1972)