viernes, 17 de mayo de 2013

Bailar a los pies de la cama

Esta carraspera matinal, la mala sombra que me da el insomnio, la pereza de hacer ahora todas esas cosas que sé que tendré que volver a hacer mañana. Quedarme siempre corto con la sal.

Mi modo de balbucear por teléfono, la manía de escribir metáforas, cada contradicción nueva que me descubres sin necesidad de diván o la facilidad para romper todos los pantalones por el mismo sitio.

Ni mili, ni posguerra, ni han muerto todos los que quiero. Ni soy completamente libre ni dejo de serlo. Ni mi vida tiene sentido, ni deja de tenerlo, ni todo mi tiempo es oro, ni toda la vida es sueño, ni todo mi insomnio es un sarampión que ya pasó.

Entre las rutinas de todos los días y mi biografía, estoy yo. Que no soy un punto medio, sino más bien un todo revuelto que se deja rodar por una cuesta sin demasiado control, aunque aparente tenerlo.

Que me lleven a París en un jet privado para una cena romántica, es un detallazo, desde luego, pero una acción sin peso, que no se puede repetir sin que pierda toda la emoción que contuvo. Como cantarte una canción desde lo alto de un escenario o alquilar una limusina para dar una vuelta a la ciudad.

Prefiero las cosas que son especiales sin necesidad de parecerlo. Porque entre las costumbres adquiridas y la crónica social más o menos maquillada, estoy yo. En ese espacio que hay entre lo que hago todos los días y lo que sólo hago una vez en la vida, es donde está mi identidad.

Porque entre lo público y lo secreto está lo íntimo -que es eso que sólo tú y yo sabemos convertir en distinto cuando lo hacemos una y otra vez-, porque, aun siendo iguales, somos muy distintos de los demás, estoy deseando besarte en el pecho todos los días como un amuleto.

Y sentir cómo me bailan tus pies fríos al meterlos -deprisa, amor, que me destapas- en una cama ancha (si yo fuera tus sábanas), en una tarde rugosa (si yo fuese tu playa), o en mi vida, si también fuera la tuya.




LA ESPERA

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

(Joan Margarit)


LA MUCHACHA DEL SEMÁFORO

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de ti
como ahora tú de mí en este semáforo.

(Joan Margarit)

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