lunes, 8 de abril de 2013

No sé por dónde empezar

Hablar a oscuras sobre la luz partida, recreando esa mezcla de afecto y angustia que nos va acercando lentamente sobre un beso. Permanecer atentos cuando el verbo corroer se amortigua sobre la pulcritud de una pregunta que nadie hace.

Entonces, escrutar el sabor que genera una idea discutible, combatir el fragor de los gestos idénticos con señas inequívocas, elaboradamente descuidadas hasta parecer una tormenta del horizonte que no termina de venir ni de alejarse.

Seguir fracturando esta pasión encogida que me carcome, adoptando un enfoque indolente, un modo ingenuo de desafiar al éxito sin necesitar adorarlo en primera persona.

Y, en contra del instinto de creer que se sabe cómo se es, amortiguar cada destello con un agradecimiento o contra una disculpa, recomponerse en los labios del otro y viajar con las manos sobre un vientre suave.

Me gustaría cambiar el sueño inquieto de esta noche por una conversación interminable y sin sentido, cuando ya los cuerpos dejan de pesar y las lenguas olvidan el final de cada frase, que se difumina entre sábanas con aspecto de mecánico cansado.

Pero no sé por dónde empezarla.



DE VISITA

Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.

No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.
Márchate silenciosa,
suavemente.

Entre sus moradores, alguien crece
para quien defendiste la techumbre,
los muros y los altos ventanales
donde la luz cernida comparece
cada nueva mañana.

Es la costumbre:
Permanecer no entraba en el contrato
y es preciso partir
(de todos modos,
no pensabas quedarte mucho rato).

(Jon Juaristi, Diario de un poeta recién cansado, 1985)

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