domingo, 3 de agosto de 2014

Mujeres en el parque

"Prefiero no verte", le dice la chica joven a su novio. Acaban de follar salvajemente en el portal y ella se hunde. "No quiero hacerte daño, estoy mal", le dice, a lo que él responde: "pues no me lo hagas".

Su padre se ha divorciado y su madre no lo entiende, o viceversa, da igual. "Prefiero no verte", le dice. ¿Acaso sabemos por qué preferimos o dejamos de preferir?

Es sencillo dar un paso atrás, es la tentación permanente. Tampoco es difícil darlo hacia adelante, es cuestión de seguir el impulso y no hacer caso de las consecuencias. Pero hay que contar con las ganas, y distinguirlas de la voluntad. Porque las primeras son burbujas, que se rompen y se recomponen soplando sobre el jabón. Pero la otra es un pulso, un latido, un tic-tac que nunca te deja tranquilo.

Lo sé porque aún me pasa, que las ganas de retroceder hierven o se congelan, que siempre me siento a punto de dar un paso atrás (o hacia adelante, que no está clara la dirección de la vida). Ninguna vez escapo de la explosión intacto, ninguna vez soy culpable del todo.

"Eres un mierda, papá", dice la chica entre sollozos. Porque el verdadero peligro de dar el paso adelante, no es mover el pie, apoyarlo, encontrar el nuevo equilibrio. No, el verdadero peligro siempre consiste en darlo a tiempo.

Y las dos cosas son fáciles, adelante y atrás, solo es necesario dejarse llevar por el miedo o por el impulso, por las ganas o por la necesidad. Lo más difícil es mantenerse, quieto, sin decidir, sufriendo, soportando una vida que no se quiere.

En esto no hay verdad, sólo convencimiento, sólo emoción, solo interés. Por que no sabemos la razón de nuestras preferencias, simplemente, preferimos. Preferimos la comodidad, estar a salvo, el coste emocional menos gravoso para las conciencias. Y uno da un paso adelante o atrás, a veces los dos a la vez, simplemente para escapar hacia no se sabe donde.

Por mucho que se piense, por más señales que se manifiesten (evidencias para unos, casualidades para otros), nunca se sabe qué tren es el nuestro, si se llama Ana o Clara, si es ahora o habrá que esperar a luego.

Nunca se sabe y por eso admito, entiendo, creo, que el amor y la vida son cuestiones de voluntad. Voluntad, a veces desganada, pero voluntad. Y el resto solo son adjetivos posesivos que hemos leído en alguna parte, visto en alguna película o escuchado a unas mujeres que hablaban en el parque.

Envíos

Todo lo que se da llega a destiempo.
           No existe otra manera.
Entre el ojo y la mano hay un abismo.
Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.
Un país que asoma su cabeza deforme en una
           carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
           esperabas.
Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
           sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.
Dibujamos una taza de café en el desierto.
Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.
Al final nos entregan los huesos de un perfume.

Aún así persistimos.
En alguna montaña vive un pez resbaloso.
Entre números rotos se desliza una estrella.

(Jorge Boccanera)

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