domingo, 31 de marzo de 2013

Multiplicar por cero

Cuando ella argumente que fingió sus gemidos, ¿notarás como si tu orgasmo se redujera a un suspiro y empezara a parecerte más ridículo el primer beso?

¿Se ajarán las rosas, amargará el vino, si descubres en la copa la huella de otros labios? ¿Parecerá su piel menos aterciopelada porque otras manos pasaron antes por donde tú las pasas?

El día que me digas "no te quiero", ¿todos los "te quiero" recibidos romperán su crisálida de tiempo y las mariposas saldrán convertidas otra vez en gusanos? ¿Por qué tiene que ser más sincero quien te dice lo rara que te queda la falda que yo cuando te digo lo guapa que te veo?

Aunque tú hubieras fingido, yo sé que mi corazón galopó cuesta arriba como un loco. La mano que mece las rosas y el sabor del vino me alegraron la vida, por lo menos durante una aspirina y quince días. No porque la botella se acabe, me parecerá que el vino era malo.

La piel que deseó que fueran mis manos las que la recorrieran fue mi hogar, aunque al cabo de un rato la habitaran otros dedos. He sentido las mariposas en el estómago haciéndome cosquillas, aunque a ti te huela a que sólo estoy practicando un ejercicio de equilibrismo.

Parece que sólo pueden ser verdad las palabras que te incendian el corazón y reducen todo a cenizas, las que tiran el castillo y dejan el suelo mugriento de barajas. Pero las que nos hacen flotar, las que nos hacen levantarnos por la mañana, bah, esas, tarde o temprano, se volverán mentira y las odiaremos profundamente al dar con la rodilla en el suelo.

Hay que tener cuidado con donde se pisa porque, si alguien nos dice, con voz grave y circunspecta, que nos va decir la dura verdad de que estamos pasando por encima de brasas encendidas, enseguida dudaremos si se nos están quemando los pies; aunque antes del anuncio nos pareciera que paseábamos por entre algodones perfumados.

Sólo es real el infierno. Nada es verdad sino los demonios. Hasta los ángeles multiplican las veces en que alguien les hizo parecer gilipollas. Y con que una sola de esas veces sea cero, el resultado se anula y se les caen las alas y besan el suelo.

Supongo que porque no soy ángel ni demonio, prefiero vivir en las sumas. Más allá del infierno, infinitamente más allá de la memoria, estoy convencido que yo he sido verdad cuarenta y ocho años. Y digo que he sido verdad, no que haya estado en lo cierto.

Me tengo terminantemente prohibido multiplicarme por cero. Y si hubo quien me engañó, o muchos, sólo tengo que averiguar el nuevo resultado con un sumando menos y un sigue más.



SUS HORAS SON ENGAÑO


Triste es el territorio de la ausencia.

Sus horas son engaño
                                        desfiguran
ruidos olores y contornos
y en sus fronteras deben entenderse
las cosas al revés.

Así el sonido
del timbre de la entrada significa
que no vas a llegar
                                  una luz olvidada
en el piso de arriba es símbolo de muerte
de vacío en tu estancia
                                         rumor de pasos
cuentas que te fuiste
                                     y el olor a violetas
declara el abandono del jardín.

Y en ese mundo ¿qué debí hacer yo
príncipe derrotado
                                      rey mendigo
sino forzar mis ojos para que retuvieran
aquel inexpresable color miel
suave y cambiante de tus cabellos?

(José Agustín Goytisolo, Final de un adiós)



LA CHICA MÁS SUAVE

Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.
Medio mundo de engaño conociste
y el resto fue mentira.
Has llegado hasta aquí
huyendo de mil días
que pasaron de largo.
Has llegado hasta aquí
para mostrar a todos tu inefable pirueta,
ridículo equilibrio,
ese nado a dos aguas,
piedra de escándalo,
ese triste espectáculo que ofreces,
esas gotas de miedo que salpican
tus insufribles lágrimas.
Aparta.

(Ángeles Mora, La canción del olvido, 1985)

viernes, 29 de marzo de 2013

La madeja roja

Suavemente, despacio, agua mansa,
llega la tristeza transeúnte
para alojarse donde el frío
nunca se quita, donde habita
el temor a lo que no retrocede.

Y se queda, como una tarde de domingo
que ya nace desmesurada y rota,
la obsesión de las amapolas
por nacer entre las tapias
de las que nadie se acuerda.

¡Qué oportuna la lluvia
quedándose fuera del túnel
que nos impide ir a Francia!

Porque siempre hay un túnel,
y siempre hay unas tijeras que acuden
a hurtar el cabello de las derrotas.

De tu ventana a la mía,
por el brillo reflejado de un espejo,
va rodando una madeja roja.

Es muy difícil decidir
entre arroz y judías,
entre palparse completa el alma vacía
u ofrecerle el corazón a las sombras.

También yo habría querido,
aún quiero, seguir andando,
matar la luz del invernadero,
ir a Francia; aun sabiendo
que todas las cartas son mentira,
que las mariposas volvemos a ser larvas
con el paso de los años.



ABANDONADOS

Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.

Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.

Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.

¿Cómo volver a recapturar el tiempo?

¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?

Pero... quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.

Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde
alguna vez
pudimos
encontrarnos.

(Gioconda Belli)

Álbum cincuenta

Acaso porque la ración de pasado que hoy me toca tiene el mismo gris que entra por la ventana, viajo suavemente hacia la chica que grita euforia a un mar lleno de espuma. Y vuelvo al niño que se debate entre la incomodidad húmeda del paso a paso y la voluntad reticente de mirar a la cámara.

Eran los días de la primera barba, los días de aquel viento que zumbaba gotas saladas sobre el pensamiento. Días de pasear por las bodas de aquellos sin nombre y sin paradero que habrán olvidado también el color dorado con que las chimeneas alumbran un instante.

Los días felices siempre pertenecen a otros y uno acaba estorbándose a la vista en el perímetro rectangular de las fotos donde descubre que, la memoria, es un mar sin espuma que nunca está en reposo. Un oleaje en el que los días se revuelcan y se revuelven.

Ninguno de los ausentes sospecha en este instante cuánto de su felicidad me pertenece. Antes de abordar el álbum cincuenta, tengo que apartarme a tirones el deseo viscoso de entregarte una tarde a la voracidad de los diafragmas.

Por si acaso vinieran días con el mismo gris que esta mañana, cuando toque arriar el corazón a la hora de levantarse, y pueda viajar suavemente hacia la niña abrazada que entorna los ojos como si no existiera otro sitio posible.

Porque los días felices siempre pertenecen a otros, yo tampoco puedo adivinar cuánto de mi felicidad te corresponde.




EL VIENTO MÁS...

El viento, más
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así
desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas; pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.

(Fabio Morábito, Alguien de lava, 2002)

jueves, 28 de marzo de 2013

Pretextos y ser feliz

Quizás si no hubiera escrito en este rectángulo, mi vida me pasaría desapercibida, confundida entre la multitud que se cruza entre las velas, dentro del río de gente que inunda las calles en noches como ésta.

Puede que, aunque no escribiera, tampoco llamara mi atención. El brillo de las palabras es incontrolable, tan imprevisto como la coincidencia de un autobús, tan curioso como las formas que adopta una nube en el cielo de un niño.

Investigar las causas y los efectos solo es un pretexto para continuar con lo que ya se había decidido. Justificar la mansedumbre, embriagarse de vocabulario, amartillar los adverbios ante un pronombre asustado. Discernir es un mero pretexto para no querer ser consecuente con la evidente verdad de la fisiología.

Así me tomo la literatura, como excusa que invoca una ceremonia delicada. Para esta liturgia amarga y sublime de sentarnos enfrente de la pantalla y conversar en silencio.

Algunas veces, confieso que echo de menos un cuerpo al que asirme, que me ofrezca un calor ajeno que, a golpe de roces y fragores de batalla, acabe confundiéndose con el mío propio. Pero enseguida me doy cuenta de que esa nostalgia comedida sólo es un pretexto que esgrimo contra mi cobardía calculada.

¿Pero perder qué, si todo se pierde, si nada puede retenerse?

Estoy descubriendo, no sin una cierta tristeza suave con la que no contaba en mis planes, que tiene este blog una luz avejentada, un velo de error embellecido, el maquillaje sutil de un desasosiego largamente amamantado. El de saber que, a la frustración y sus fracasos, le debemos tanto como a los recuerdos, como a los sueños. Tanto como a la vida.

Les debemos ese delicadísimo hilo que separa los pretextos y ser feliz.



EL VIAJERO
para Javier Egea

Te acompañaban siempre los violines.
Tus poemas estaban en ti como los peces
en el fondo de un río.

Eso es lo que vi en ti:
peces en el desierto,
música amenazada.
Te vi hacer bosques y subir montañas,
te vi cavar abismos con tus manos.
No supe dónde ibas.

Te vi buscar la sombra entre la luz,
te vi buscar la muerte entre la vida,
y no pude entenderte.

Yo no sé qué has ganado, pero sé qué has perdido:
tu música,
                      tus peces,
                                            tus montañas azules.

No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida.

(Benjamín Prado, Un caso sencillo, 1986)

miércoles, 27 de marzo de 2013

Días señalados

Tengo que acordarme de señalar en el calendario este día, que ya va terminando, con una marca indeleble. Una marca bien visible, pero discreta, que no llame la atención de los transeúntes. Los números no me sirven, se repiten tanto, tantas veces, que su significado se vuelve frágil con el tiempo.

He descartado el aspa grande, esa que se pone en los días que se tiran a la basura, como cuando el viejo profesor no encuentra ni los pies ni la cabeza de tu ejercicio y te suspende. Tampoco la uve me gusta, porque no ha sido victoria, sino evitarle al devenir otra derrota de las que acechan incansables. Y odio los círculos, porque a veces no se cierran, porque otras veces se vuelven viciosos o, lo que es peor, equidistantes, fríos, inexpugnables.

Prefiero poner una cruz pequeña, como la que se escribe en los mapas del tesoro entre el árbol solitario y la roca con forma de nariz. Una cruz pequeña y decidida, un beso en la carta de una mano temblorosa, un empate en el pronóstico de la jornada.

Porque llegarán los días que me estropeen la vida, quiero guardar marcados los que merecieron la pena ser vividos: los que me regalaron el gesto preciso, los que me alumbraron la risa perfecta, los que consiguieron que el minuto de cielo durara tres cuartos de hora.

Llegarán entonces con la hiedra enredada en la memoria, las ruinas que cambian de dueño. Pero yo miraré, nuevamente asombrado, el firmamento de las crucecitas de un calendario de propósito desconocido y que ya no recordaré haber guardado.

Como no recordaré, posiblemente, ni nombres, ni rostros, ni la caricia de la vida que quise ocultar bajo la señal. Quizás, entonces, ya no distinga entre el sueño y la vigilia, ni recuerde que existen milagros cotidianos a través de unos ojillos chicos que se agrandan entornándose, como endulzando ese tiempo que algunas veces se le consigue robar a la cordura.

Pero sé que miraré embobado el brillo envejecido de los días señalados y sabré esbozar la sonrisa etrusca de quien tiene un secreto en la punta de los labios; un secreto que ya nadie entenderá.

Ojalá, entonces, me encuentre alrededor unos ojos marcados, en los que pueda reconocer este mismo brillo de calendario.


LAS TARDES

Ya casi no recuerdo las mañanas,
su tiempo azul y claro,
lejos quedan, perdidas en colegios
o en piscinas extrañas e indolentes.

Porque sentimos duro el despertar
retrasamos ahora
la luz que nos fatiga los despegados ojos.
Y es un destino oscuro el de las tardes,
en ellas aprendí que llegará la noche,
y que es inútil
cualquier esfuerzo por burlar la historia
equivocada y triste de los años.
He vivido en la espera absurda de la vida,
cuando he gozado
ha sido con reservas; amé creyendo en el amor
que habría luego de venir, y que faltó a la cita,
y renuncié al placer por la promesa
de una dicha más alta en el futuro incierto.

Pero los días, al pasar, no son
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.
Con su certeza
nos convierte la edad en más mezquinos,
nos enseña a amar lo que nos duele,
las cosas más pequeñas, aquello que ahora somos
y tenemos: la música suave, nuestros cuerpos,
el calor de la estancia y el cansancio.
Buscamos la derrota de las tardes, su tregua
en la exigencia vana de una gloria
que ya no nos seduce. Nos convierte
la edad en más obscenos, y aceptamos
cualquier regalo aunque parezca pobre:
esa boca gastada por el uso, tan dulce aún,
el fuego antiguo y leve de la carne,
los viejos libros, los amigos justos,
un poema mediocre, pero nuestro,
y la costumbre extraña
de ser al fin felices en la sombra.

Es un destino oscuro el de las tardes,
pero también hermoso
y breve como el paso de los hombres.

(Vicente Gallego, Los ojos del extraño, 1990)




VARIACIÓN SOBRE UNA METÁFORA BARROCA

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz,
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y ahora veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?

(Vicente Gallego, Los ojos del extraño, 1990)

martes, 26 de marzo de 2013

Las cosas serias

Hablemos del presupuesto de la obra, de encontrar el teléfono de las averías. Voy a preguntarle a ella, que es de aquí, si conoce algún pintor barato que me alise las paredes del salón.

Estoy pensando tapizar los sofás y cambiar las cortinas para que combinen, pero no sé qué hacer primero. Debería mirar en internet, quizás merezca la pena comprar uno nuevo.

No sé si encargar más leña contra la primavera o esperar que pase este marzo lluvioso. Vaya, no me quedan patatas ni huevos, si es que alguna vez tuve. O me compro un calefactor de aire, de esos pequeños, total, para mí solo y sólo para el rato de después de la cena, cuando me extiendo en el sofá a escuchar cosas del Bárcenas y de Chipre.

¿Y para eso voy a comprar un sofá nuevo? Si casi ni me siento en él o lo uso de mes en mes. Debería mejor, salir a andar todos los días, después de comer, para mover las piernas y arreglarme la tensión.

¿Me quedan pastillas? El futuro está a la vuelta de la esquina, quizás sería conveniente ahorrar algo más. Porque necesito un toldo para la entrada, que luego en el verano, el sol aprieta de lo lindo. Y habría que podar el laurel y los cipreses.

¡Ahi va! Tengo que encargar la tela del quitasol grande, que se me rompió la temporada pasada. Y limpiar el patio, que de tanto invierno está verde. La suerte de los plásticos que puse, que parece que no se ha helado ninguna planta. Aunque el helecho de la entrada da pena.

No hay bastante ropa como para echar una lavadora, me arreglaré así hasta el fin de semana. Tengo que echarles luego el teléfono a los papas mientras el fútbol, a ver si la lista de espera de la operación sigue atontada. El año que viene, bodas de oro, habrá que ir pensando algo para la celebración. Algo original, un regalo diferente, no sé. ¿Un viaje? Psche, ya veremos.

Las actas, que las tengo a medias, y echarle un ojo a la programación, por si falta algo. El seguro de vida ese que no sé ni cuando contraté, tengo que llamar para que me digan. ¿Habrán pasado ya el pago nuevo? Joder, y sin paga extra otro verano. ¿O nos darán media?

Me están saliendo unas manchas rojas en el pecho y el uñero, no sé, no me duele, pero sigue con mal color. Y este pinchazo en el muslo cuando me levanto de la silla y doy el primer paso. No sé si ir a que me lo vea el médico o el siquiatra.

Los niños parecen contentos, eso me hace sentirme bien, aunque no cuentan mucho. Yo tampoco, en eso tienen a quien salirle. Hablando de salir, llevo bastantes días sin salir, debería quedar con alguien, pero es que no tengo gana de quitarme el chandal, con este tiempo, con estas procesiones, con este poco arte que tengo cuando me salgo de los vaqueros.

Quizás se me quede algo en el tintero. ¡Anda! Si quería irme un fin de semana a Málaga, se me había olvidado. En fin, que seguro que me he saltado algún tema, pero bueno, por hoy ya está bien. Ya he pensado un rato en tonterías de las de todos los días.

Ahora, por fin, puedo dedicarme a pensar en las cosas serias, a las verdaderamente serias, esas que tienen que ver contigo. Esas que siempre te pido con medias palabras.



CASABLANCA

                                        As time goes by...

Entre todos los bares de este mundo
he venido a este bar para encontrarte,
furtiva como siempre,
para rozar la piel de tus esquinas.

Y cómo me hace daño tu cansancio
-ya sabes que mañana es cada lunes-
esa vieja, tristísima, memoria
de buscarle sentido a algo que bulle
como se abre una flor,
así, de golpe.

Manías de la ausencia y tus nostalgias.
Te noto tan cansado...
Quiero dormir contigo. Busca sólo
un poco más de sueño y de tabaco.
Quiero morir contigo.
¿Por qué no me prometes un cumpleaños más?
Las arrugas ahí sí que son cosas serias
o el paso de los días,
con mis pechos que bajan a acariciar tus manos.
Y luego cuando un labio nos elude
en la piel de las ingles, ay, no muerdas,
y nos brinca por dentro...
                                          Pero ahora llega el tren
como un viejo caballo del National
qué diestro en los obstáculos,
qué sucia su taberna,
qué mediodía oscuro al despedirte.
Te veo tan delgado
con tus causas perdidas,
tus canas en la llama de la copa,
mi amargo luchador,
sonriendo lentamente, como si te murieras.

Como al decirme adiós.

(Ángeles Mora, La canción del olvido, 1985)



MUCHO MÁS GRAVE

Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
vos lo sabés tan objetivamente como yo

sin embargo hay algo que quisiera aclararte
cuando digo todas las parcelas
no me refiero sólo a esto de ahora
a esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más

no me refiero sólo a que de pronto digas
voy a llorar
y yo con un discreto nudo en la garganta
bueno llorá
y que un lindo aguacero invisible nos ampare
y quizá por eso salga enseguida el sol

ni me refiero sólo a que día tras día
aumente el stock de nuestras pequeñas
y decisivas complicidades
o que yo pueda o creerme que puedo
convertir mis reveses en victorias
o me hagas el tierno regalo
de tu más reciente desesperación

no
la cosa es muchísimo más grave

cuando digo todas las parcelas
quiero decir que además de ese dulce cataclismo
también estás reescribiendo mi infancia
esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes
y los solemnes adultos las celebran
y vos en cambio sabés que eso no sirve
quiero decir que estás rearmando mi adolescencia
ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos
y vos sabés en cambio extraer de ese páramo
mi germen de alegría y regarlo mirándolo

quiero decir que estás sacudiendo mi juventud
ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos
esa sombra que nadie arrimó a su sombra
y vos en cambio sabés estremecerla
hasta que empiecen a caer las hojas secas
y quede el armazón de mi verdad sin proezas

quiero decir que estás abrazando mi madurez
esta mezcla de estupor y experiencia
este extraño confín de angustia y nieve
esta bujía que ilumina la muerte
este precipicio de la pobre vida

como ves es más grave
muchísimo más grave
porque con estas o con otras palabras
quiero decir que no sos tan sólo
la querida muchacha que sos
sino también las espléndidas
o cautelosas mujeres
que quise o quiero

porque gracias a vos he descubierto
(dirás que ya era hora
y con razón)
que el amor es una bahía linda y generosa
que se ilumina y se oscurece
según venga la vida

una bahía donde los barcos
llegan y se van
llegan con pájaros y augurios
y se van con sirenas y nubarrones
una bahía linda y generosa
donde los barcos llegan
y se van

pero vos
por favor
no te vayas.

(Mario Benedetti)

domingo, 24 de marzo de 2013

Diferencias

Aunque pudiera parecerlo, no es la primera vez que la almohada de un pecho te invita al sueño. Sucede también, que una mano que recorre lentamente espirales sobre tu vientre atrae un silencio expectante sobre la escena y, como otras veces, las luces te parecen ojos atónitos que interrumpen la oscuridad.

Nada es nuevo. Sobre tus vértices se alza salvaje el señuelo que atrapa las mariposas de tus párpados y las posa sobre la tarde. Hay un indicio anfitrión en la humedad que resbala, pugnando por salir de entre los pliegues.

El mundo gime y echa hacia atrás el pensamiento que dice que sí, mientras tu cuello estira un no tímido y lento. Ha pasado muchas otras veces que notas eso cuando el centro del universo se abre al contacto de otra piel bienvenida, se expande como acto reflejo bajo la presión de un peso de sabor dulce y liviano.

No son los primeros labios que se te adhieren al sentimiento, no es la primera lengua tenaz que te arranca un suspiro, no es la primera mejilla tibia que te ofrece sitio en donde guarecer los silencios. No es la primera caricia que hace galopar tu corazón hacia el vacío.

El placer, cuando estalla, es el mismo de tantas otras veces, acude por los mismos sitios, estira los mismo músculos y despliega sobre tu piel las mismas azucenas, los mismos lirios. No hay nada nuevo, ni siquiera el algodón para los sentidos que arropa después, cuando la habitación vuelve a resurgirte de entre las sombras.

Nada es nuevo, nada es distinto. La diferencia no estriba en la mecánica de los cuerpos, ni en la fugacidad de un instante que se aloja a borbotones en la memoria. La diferencia no procede de la llama de las velas, ni de la paz posterior que acalla el remolino, ni de la ausencia que se pare tras el último beso.

Es hermosa la diferencia, pero no es necesaria. La vida corriente es suficientemente vida, es extraordinariamente única, no necesita más distinción que ser vivida a corazón abierto, a pleno pulmón, limpia de miedo.

La diferencia no es necesaria. Pero, por si existe y quieres buscarla, mira bien en el corazón de las palabras que se dicen y en los ojos de las que no.




EL AMOR
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.

(Luís García Montero)

sábado, 23 de marzo de 2013

Corta historia de amor

Como en una pequeña historia de amor, al principio no sabes de dónde viene, ni cómo ha aparecido. Suele suceder que nadie se explica nada, que solo se siente, que se está como fuera del mundo y del tiempo. Que en un sólo rostro sucede todo lo que importa.

Luego nos hacemos adolescentes que juegan, como en una corta historia de amor, con gestos incontenibles y palabras desmesuradas para la edad que se tiene. Vienen sueños revueltos, se imagina y se inventa, las leyes de la física no tienen validez. Y el azar se pone de nuestra parte y nuestra parte pone los dos pies en el día de mañana.

Nos vamos conociendo irremisiblemente, jóvenes alocados que se toman la sensatez como píldoras de la realidad que nos decepciona. Aprendemos cuánto vale un sí, lo poco que dura; y cómo duele cada no y la longitud de su eco. Dejamos un pie en mañana, el otro queremos que pise hoy y casi nunca se logra. Pero, como en una tierna historia de amor, todavía manda la inconsciencia de seguir el camino hasta donde nos lleve.

Adultos ya, dejamos de esperar y queremos que llegue todo ahora. Pedimos cuentas, exigimos resultados, aplicamos leyes contables que no habíamos escrito o, si hay suerte, suscribimos tratados de no agresión. Como en una trágica historia de amor, descubrimos la infidelidad de no haber sido quienes creíamos ser. Pintamos la verdad con lágrimas y rabia, la gran estafa del mundo nos transforma en cínicos cuando descubrimos que algunos sueños duelen más que la realidad.

Y luego todo es recordar o perder la memoria, retrasar el deterioro, sobrellevar la impotencia. Ancianos que esperan lo irremediable deseando que tarde en llegar, cuando todo lo que se mastica sabe a ceniza, cuando, como en una antigua historia de amor, se nos infecta aquello que no hicimos y que ni siquiera sabemos por qué.

Recostados sobre el ayer, asustados por el goteo de aquello que se nos va yendo y ensordecidos por el torrente de todo lo que ya no llegará, sólo queda pedir que el tercer acto sea rápido y nos dé tiempo, una vez, por fin, a tener las riendas. Como en una amarga historia de amor, nos gusta legar a quienes nos importan eso que ya no nos importará, eso que ahora nos preguntamos si realmente era lo que importaba.

No sé bien de qué te estoy hablando. Porque confieso que hay ratos en los que no sé distinguir si nuestra vida es una corta historia de amor o si es que nuestra corta historia de amor es la vida. Ni consigo aclararme si la edad que tenemos es la que creemos tener.

Aunque te digo que esto: saber bien lo que me espera, tener la certeza de que, aquello que durante tanto tiempo se deseó alcanzar, luego pasa como un soplo y se acaba con amargura, es el antídoto que empleo contra la impaciencia.

Ese antídoto que tú me pides y que, en el fondo, no quisiera darte. Porque es, precisamente tu impaciencia, ese hueco en el que siento que mi corazón late con más fuerza. Con tanta que, a veces, se me olvida tomarme la pastilla.




LO QUE PUEDA CONTAROS...

Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa.

Porque llegar aquí fue una larga sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.

Las historias se cuentan con los ojos del frío
y algún sabor a sal y paso a paso
-lengua y camino-
porque la sangre se nos va despacio,
sin borbotón apenas,
desmadejadamente por los labios.

Las historias se cuentan una vez y se pierden.

(Javier Egea)

jueves, 21 de marzo de 2013

Pues en eso quedamos

Tú me llamas o yo te llamo, sin más acuerdo contractual que la infinita fe en alguna de las dos impaciencias. Y ya entonces hablamos, de esto o de lo otro, sin guión previo ni velocidades exactas. Nos ha costado mucho trabajo sincronizar ese sin ton ni son que siempre apalabramos.

Le damos una vuelta de tuerca a algún misterio ya desmenuzado o emprendemos uno nuevo, flamante, sin estrenar. Saltamos de la publicidad a lo privado, de la oralidad del sexo mundano a la sexualidad muda del asombro. Contamos en primera persona todas esas mismas cosas que les pasan siempre a un amigo de los demás y añadimos ejemplos de un repertorio un poco inventado, pero no tanto.

Pedimos perdón sin usar ese lúgubre vocablo y damos las gracias como se recita un mantra. Especificamos canciones como posología de un acierto y escribimos a mano, entrecortadas, contraindicaciones personales en el prospecto de la medicina que espanta la tristeza.

De tanto en tanto, nos sentimos perversos y nos denunciamos a la policía científica para que investigue el polvo de mariposa que nos brilla en los dedos. Nos interrumpimos el ying para incrustarle una dosis redonda de yang, o nos robamos los argumentos para cambiarlos de labios y asombrarnos de lo diferente que suenan.

Tú me llamas o yo te llamo, para emprender tonterías diversas que pudieran servirnos de precedente, de medias preguntas y simulacros de respuesta, de hilo para la ósmosis inversa o de guarnición para un almuerzo sin carne. Tú me llamas o yo te llamo, aunque también es evidente que tu te llamas y yo me llamo.

Sé que se me olvida algo que quería decirte cuando se acerca la hora de colgar el aparato y ya nada duele como antes dolía. Entonces, tú me llamas o yo te llamo. En eso quedamos.

Pues en eso quedamos, precisamente en eso es donde vamos quedando, dejándonos, aparentando y dejando de aparentar. En eso quedamos como una huella, porque la memoria es un pasaporte sellado que luego nos dice, mientras parecemos estar en mitad de otro mundo, que ahí ya habíamos estado.

Pues en eso quedamos y, sin embargo, nunca nos quedamos en eso. Siempre miramos más allá, como si nada fuera suficiente, como si todo lo hubiéramos perdido antes incluso de tenerlo.




4 DE OCTUBRE EN LANDMARK HOTEL

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.

(Benjamín Prado, Cobijo contra la tormenta, 1995)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Caracola

En esto consiste, aunque no lo sabía muy bien al principio. Supongo que así empieza todo lo que voy haciendo, sin saber bien lo que hago pero simulando muy bien que lo sé.

No es tan extraño. Son tantas las cosas que cualquier ser humano, en tanto que las aprende, hace como que las sabe, que ahora, ya, no me sorprende en absoluto que exista otra más.

El caso es que pongo una frase tuya, quizás porque me tira de los flecos de algún recuerdo; o porque pasa de puntillas por la estela de un sueño de los que sobrevuelan la noche. Luego viene otra palabra, no sé de dónde, que se inmiscuye; y otra que se aglutina, y otra más que se les enfrenta. Entonces, sin saber ni cómo ni por qué, llegan a alguna clase de acuerdo que desconozco y todo parece fluir suavemente.

Y no solo fluir, sino recorrer el camino en la misma dirección de pensamiento hacia todas las bifurcaciones que se van acercando. Para mi propia sorpresa, por cada encrucijada que alcanzo, se me aparece nítido un significado que elegir a la izquierda. No hay vértigo, sólo remolino; pero estoy seguro de que este agua escoge su propio curso y su exacta velocidad.

Aunque todos los mares obedecen a la misma luna y caben en la misma caracola, quiero creer que, también, este agua escoge su propio mar. Un mar en el que difuminarse, donde convertirse en ruido y espuma.

En esto consiste y, aunque no lo sabía muy bien al principio, ahora ya voy entendiendo la espiral acometida, el óvalo que va envolviendo cada palabra cuando desciende desde el ápice. Ahora entiendo por qué mi corazón comienza a espirilarse desde el inicio de cada renglón y acaba por desconcharse en los puntos suspensivos.

Y ahora, que ya voy sabiendo en qué consiste, cuánto no daría por habitar dentro de tu oído. Y saber qué consiguen decirte mis palabras.




ME PERSIGUEN...

Me persiguen
los teléfonos rotos de Granada,
cuando voy a buscarte
y las calles enteras están comunicando.

Sumergido en tu voz de caracola
me gustaría el mar desde una boca
prendida con la mía,
saber que está tranquilo de distancia,
mientras pasan, respiran,
se repliegan
a su instinto de ausencia
los jardines.

En ellos nada existe
desde que te secuestran los veranos.
Sólo yo los habito
por descubrir el rostro
de los enamorados que se besan,

con mis ojos en paro,
mi corazón sin tráfico,
el insomnio que guardan las ciudades de agosto,
y ambulancias secretas como pájaros.

(Luís García Montero)

martes, 19 de marzo de 2013

No estoy haciendo nada

Me pongo a parir de nalgas alguna frase que se me atranca, ordeno los cubiertos en su casilla de salida para el festín o calculo la posibilidad asintótica de una lavadora de oscuros. Y mientras pienso en ti.

Hay momentos que me ocupan olvidando un desastre o contando los minutos que faltan hasta la próxima cita. O recoloco papeles en un desorden tan alfabético como ese en el que estaban. Y mientras pienso en ti.

A menudo experimento el silencio y lo comparo con el ruido de una estación a las cuatro de la mañana, como si pensara en ti. O sigo el hilo de una canción aprendida de memoria que me hace pensar en ti.

A veces me rasco la espalda cuando me aflige el picor de la ausencia y pienso en ti. O escruto el cielo deseando que escampe por fin el invierno que piensa en ti. O toco el radiador como si así se ahuyentara el frío que me daría no poder pensar en ti.

Me retuerzo en la cama contra la lentitud de la noche que te piensa. Me retuerzo en la cama contra el vértigo de la imaginación que te piensa. Me retuerzo en la cama contra la soledad de los cuerpos que se piensan. Me retuerzo en la cama contra el reloj que solo me deja pensarte entre engranajes.

Reviso la ropa del perchero, percheo la ropa de la silla, silleo la ropa que llevaba puesta y coloco el pijama que... ¿dónde lo puse? No me acuerdo porque, cuando lo guardé, seguramente estaba pensando en ti. Quizás si vinieras sabría encontrarlo.

Miro el limonero y te pienso, me asombro del celindo y te pienso, investigo la trayectoria del agua sobre la solería y te pienso. O descubro la, hasta hace unos meses, impensable relación entre el verde y la umbría, mientras no dejo de pensar en ti.

No, no te he mentido en lo más mínimo. Ni es que le haya quitado importancia a todas esas cosas que hago entretanto, leer, escribir, silbar, acurrucarme, soñar, hablar contra las paredes, comprar el pan, calentar la sopa, practicar la esperanza, ensayar caricias...

No. No te he mentido. En absoluto. Es que no estoy haciendo nada. Porque no hay nada que pueda hacer sin pensar en ti.

Quizás, si vinieras, podría hacer algo útil y ponerme a arreglar ese dichoso grifo de la cocina que gotea como cuando pienso en ti.



AMOR DE TARDE

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

(Mario Benedetti)

lunes, 18 de marzo de 2013

A Roma

Quisiera llevarte a Roma, como tantas veces quise, sin causa ni razón ni fundamento. Llevarte a Roma para llevarte aroma de una vida más sencilla que poder abrocharnos en los minutos del frío.

Has estado allí muchas veces. Conoces ya las fuentes y su moneda herrumbrosa, reconoces los frescos de todas las capillas y, quizás por eso, sea difícil convencerte para que vengas. Entiendo los baches y la decadencia de la piedra, comprendo el musgo amedrentado por la historia, ya me hago cargo de las trampas camufladas en esos idiomas que casi somos capaces de entender.

Pero, a pesar de todo, quisiera llevarte a Roma; intentar arrancarte el estómago de los aviones y transformarlo en mariposas. Señalarte los signos del otro tiempo, aprender del corazón de tus preguntas y responderlas sólo con dos dedos. Demostrarte que es posible partir uniendo, que es posible salir llegando.

Ya sabes que la esquina, esa esquina detrás de la cual nos espera el porvenir, la afila el miedo. La afilan el miedo y la memoria, y uno puede cortarse al doblarla, y doblarla al cortarse. Pero tengo un sueño que nos conduce a Roma, un sueño que arroma su borde y lo redondea. Y Roma está ahí, aquí, casi podríamos tocarla.

Cualquier camino nos sirve, elígeme en el que tú quieras. Aunque yo quisiera llevarte a Roma por todos los caminos a la vez, para que el paisaje nunca se vuelva monótono de aire respirado, para que no se distingan las pisadas que ya se hicieron antes.

Quisiera llevarte a Roma, como tantas veces quise, paso a paso. Y para que no me confundas con todos aquellos que te invitaron a la ciudad eterna, para que no te espante repetir caminos, para que no se olvide el origen del que partimos, quisiera llevarte a Roma de espaldas, andando hacia atrás.

Para que cuando mires el nombre del sitio al que lleguemos, entiendas el otro sentido de las letras a donde quiero llevarte, a donde quiero que me traigas.


Frío como el infierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                      Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                       lo mismo
que un oso en una jaula;
                                        marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                     pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                          La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                     Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                            leo a Ungaretti,
                                                       pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                                     Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                       de repente
alargas una mano,
                               buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,
                yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

(Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998)

domingo, 17 de marzo de 2013

Quizás boca abajo

He pensado que, quizás boca abajo, el mundo que tengo patas arriba consiga ponerse derecho. Que tal vez así la gravedad suba, y los sueños se me agarren a los pies y los arrastren en su camino hasta donde ni la vista pueda seguirlos.

Podría ser que boca abajo, con mis manos entregadas a separarme del mundo, pudiera dejar de sentirme colgado en tu ausencia; y mis piernas, en lugar de pender absurdas como agarrado al filo de un precipicio, pudieran buscar sol hasta la altura de árboles inquietos.

Se me ha ocurrido que quizás, boca abajo, la sangre ahogaría las conversaciones del interior y expulsaría las palabras hacia afuera. Y aunque, tal vez, en esa difícil posición, las palabras tengan significados aturdidos al desparramarse por entre la saliva, pudieran llegarte erguidas y nobles, y alzarse contra este silencio de oficina que algunas veces me certifica la soledad.

Sí, quizás boca abajo, el paisaje encuentre tu sitio en el don de lo oblicuo, quizás floten las verdades del sentimiento entre la espuma de lo cotidiano y afloren sobre el mar de todo lo que ya no te crees a pie juntillas. Podría ser que puesta la estabilidad en entredicho, pudieras amar mi temblor y mi desasosiego sin necesidad de someterlo a juicio sumarísimo.

Quizás boca abajo no importen tanto mi estatura y la presbicia, y pueda dejar de ser tan pequeño que no me veas. Quizás, al mirarme de otro modo, consigas apartar todo lo que me esconde, y reírte un rato con mis cosas revueltas y quererlas de tanto reír y esculpir otra sonrisa más permanente en tus ojos.

Podría ser, que tal vez la ternura te tienda una trampa y vengas corriendo a rescatarme de este mundo de patas de mesas y pelusas bajo el sofá. Podría ser que encontrara el otro equilibrio, ese en el que se vacían los bolsillos y el jersey te desenvuelve el ombligo sin que pueda mirármelo.

Sí, quizás boca abajo, la nariz no sea parapeto contra los besos y puedas extender tus manos sobre una piel indefensa, sobre un sexo ridículamente descolocado. Quizás boca abajo, el tronco deje de ser tronco y pueda sea raíz para los abrazos. Quizás boca abajo, podría roncar afinado.

Quizás boca abajo, todo vuelva a tener sentido y este mareo me produzca una confusión distinta en los principios, quizás así la fiebre sea ventisca en lugar de desierto, quizás el corazón lata más fuerte por entre la anestesia de los días y zumben en clave de sol los oídos.

Quizás, si me pusiera boca abajo, dejarías de pensar y me harías caso. Quizás, boca abajo, podrías quererme tal y como soy.

Quizás, boca abajo, no me resultarían tan imprescindibles tus labios.



ALABANZA TUYA

Es malo que haya
gente imprescindible.
No es muy buena
la gente que a sabiendas
se vuelve imprescindible.
La fruta
ha de continuar atesorando sol,
no ha de menguar la fuerza del torrente
si por acaso un día
se pierden unos labios.

Pero
             -y este pero me abrasa-
no puedo
decir que sea malo
que tú seas imprescindible.

(Jorge Riechmann)

martes, 12 de marzo de 2013

Ensayo y error

Te acordarás enseguida, porque la memoria
es un tigre acorralado por el tiempo,
que de los aciertos y de las rimas
ya no te queda ni rastro;
si acaso,
un color indistinguible en las tardes aburridas,
una luz avejentada y estática sobre los pájaros.

En cada error estuvo el bronce
de lo que fuimos. La mano
que nos va esculpiendo a golpes
siempre empuña el espasmo,
el afilado borde que tiene
todo aquello que no hicimos.

Pero si te fijas, las flechas
que no dieron en el blanco,
las notas desafinadas en la partitura,
los borrones que se esconden
en la cara oculta de cada página,
son la brújula que nos ahuyenta
hacia el siguiente naufragio,
hacia el próximo huracán.

Hay que desenvainar el futuro,
sin medir la altura de la vida
por la que se transita,
y abrirse paso por el mundo,
con más temor de olvido que de fracaso,
pues sólo hay un error terrible,
una única e inexorable equivocación última:
esa que ya nadie, entonces,
sabrá perdonarnos.




LA PIEDAD DEL TIEMPO

¿En qué oscuro rincón del tiempo que ya ha muerto
viven aún,
ardiendo, aquellos muslos?

Le dan luz todavía
a estos ojos tan viejos y engañados,
que ahora vuelven a ser el milagro que fueron:
deseo de una carne, y la alegría
de lo que no se niega.

La vida es el naufragio de una obstinada imagen
que ya nunca sabremos si existió,
pues sólo pertenece a un lugar extinguido.

(Francisco Brines, La última costa, 1995)

domingo, 10 de marzo de 2013

Poética

A ese relojero que engarza
ruedas dentadas y aluminios,
que encierra manecillas
en círculos que, al cerrarse,
denuncian arrugas,
no le debemos el tiempo.

Él no sabe nada
de todo aquello que apresa
su artefacto redondo,
de todo lo que va liberando
a fuerza de latidos metálicos,
monótonos,
indistinguibles.

El relojero no es
fabricante de tiempos.
No sabe de qué estarán rellenos
los minutos que su artilugio
marque sobre cada vida.

¿Se puede desconocer
la materia del devenir
y, sin embargo, construirle
un puerto del que zarpar?

Por si acaso los barcos,
me dedico a ir trabando
palabras dentadas, titanios,
versos que se enhebran
como mecanismos volátiles.

Sólo me dedico, silencioso,
encorvado sobre la luz,
a ir susurrando latidos,
rayas que se ondulan
y bocetos de un sueño
al que darle cuerda.

Al relojero
nadie le debe la poesía.
Quizás,
ni tan siquiera le debamos
este poema.




UNIDOS POR LAS MANOS

No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré al mundo futuro.
Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.
Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.
Entre ellos considero la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos apartemos.
No nos apartemos mucho, vamos unidos por las manos.

No seré el cantor de una mujer o de una historia,
no hablaré de suspiros al anochecer,
del paisaje visto desde la ventana,
no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,
no huiré hacia las islas ni seré raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes,
la vida presente.

(Carlos Drummond de Andrade)

viernes, 8 de marzo de 2013

Sin ti, ya no me gusto

Tengo la sensación de que siempre vas por delante, que no me planteo las cosas hasta que tú no me las cuentas. Que tú ves los estrenos y yo la reposición.

Esa sutileza con la que miras el mundo me parece maravillosa. Me asombra no entender el cuadro hasta que tú no me desvelas el nombre de los colores que no he sabido descubrir.

Vivo en el asombro desde hace muchos poemas. Podría decirse que escribo desde la admiración, desde el estupor de creer que soy quien deslía nudos que no conocí hasta que no me mostraste los cabos sueltos.

Es hermoso tenerte por delante, alumbrando, ajustándote a la torpeza de mis pasos, que quién sabe hacia dónde me llevan.

¡Qué sería de mí sin ti!

Y cuando digo eso, lo entiendo del todo, sé lo que digo. Entiéndeme también tú. Claro que podemos vivir sin poesía, incluso ser felices de algún otro modo.

Pero no todo da igual. Sin ti yo sería más torpe, más mediocre, el camino sería más oscuro, el amor más ruin, el tiempo más monótono.

Entiende que, sin ti, ya no me gusto.


QUISE
A Susana Rivera

Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.

(Ángel González)



QUIÉN ALUMBRA

Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.

(Alejandra Pizarnik)

Brevedad

Hablo de la suavidad que crece
cuando todo se funde, del calor
que difunden las palabras,
de las persianas que apenas confunden
 la luz del sol.

Hablo de un segundo, de una décima,
del dolor de los relojes
tras el mecanismo de un parpadeo.
Hablo del aroma en carne viva,
del corazón desarmado y desnudo,
del latido que se escapa
en un suspiro interior.

Hablo de las lágrimas que caen sordas
y de la sal que destila el desencanto.
Hablo de la ceguera de la tinta y del roce
que va dejando su caligrafía
en el lienzo de una piel.

Hablo del silencio que se enciende
en el tumulto, del movimiento cosido
a la quietud, de la esperanza tendida
al sol de la mañana.
Hablo del peso de la nostalgia
y de la nostalgia del peso.

Hablo de la niebla que envuelve
cada palabra dicha al oído.
Hablo de rellenar el hueco inmenso de mí mismo
que amanece después
del breve espacio en el que estás.



NOS RECIBEN LAS CALLES CONOCIDAS...

Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

(Jaime Gil de Biedma)

jueves, 7 de marzo de 2013

Sin ti, ya no me gusto

Tengo la sensación de que siempre vas por delante, que no me planteo las cosas hasta que tú no me las cuentas. Que tú ves los estrenos y yo la reposición.

Esa sutileza con la que miras el mundo me parece maravillosa. Me asombra no entender el cuadro hasta que tú no me desvelas el nombre de los colores que no he sabido descubrir.

Vivo en el asombro desde hace muchos poemas. Podría decirse que escribo desde la admiración, desde el estupor de creer que soy quien deslía nudos que no conocí hasta que no me mostraste los cabos sueltos.

Es hermoso tenerte por delante, alumbrando, ajustándote a la torpeza de mis pasos, que quién sabe hacia dónde me llevan.

¡Qué sería de mí sin ti!

Y cuando digo eso, lo entiendo del todo, sé lo que digo. Entiéndeme también tú. Claro que podemos vivir sin poesía, incluso ser felices de algún otro modo.

Pero no todo da igual. Sin ti yo sería más torpe, más mediocre, el camino sería más oscuro, el amor más ruin, el tiempo más monótono.

Entiende que, sin ti, ya no me gusto.


QUISE
A Susana Rivera

Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.

(Ángel González)



QUIÉN ALUMBRA

Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.

(Alejandra Pizarnik)

Brevedad

Hablo de la suavidad que crece
cuando todo se funde, del calor
que difunden las palabras,
de las persianas que apenas confunden
 la luz del sol.

Hablo de un segundo, de una décima,
del dolor de los relojes
tras el mecanismo de un parpadeo.
Hablo del aroma en carne viva,
del corazón desarmado y desnudo,
del latido que se escapa
en un suspiro interior.

Hablo de las lágrimas que caen sordas
y de la sal que destila el desencanto.
Hablo de la ceguera de la tinta y del roce
que va dejando su caligrafía
en el lienzo de una piel.

Hablo del silencio que se enciende
en el tumulto, del movimiento cosido
a la quietud, de la esperanza tendida
al sol de la mañana.
Hablo del peso de la nostalgia
y de la nostalgia del peso.

Hablo de la niebla que envuelve
cada palabra dicha al oído.
Hablo de rellenar el hueco inmenso de mí mismo
que amanece después
del breve espacio en el que estás.



NOS RECIBEN LAS CALLES CONOCIDAS...

Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

(Jaime Gil de Biedma)