domingo, 10 de marzo de 2013

Poética

A ese relojero que engarza
ruedas dentadas y aluminios,
que encierra manecillas
en círculos que, al cerrarse,
denuncian arrugas,
no le debemos el tiempo.

Él no sabe nada
de todo aquello que apresa
su artefacto redondo,
de todo lo que va liberando
a fuerza de latidos metálicos,
monótonos,
indistinguibles.

El relojero no es
fabricante de tiempos.
No sabe de qué estarán rellenos
los minutos que su artilugio
marque sobre cada vida.

¿Se puede desconocer
la materia del devenir
y, sin embargo, construirle
un puerto del que zarpar?

Por si acaso los barcos,
me dedico a ir trabando
palabras dentadas, titanios,
versos que se enhebran
como mecanismos volátiles.

Sólo me dedico, silencioso,
encorvado sobre la luz,
a ir susurrando latidos,
rayas que se ondulan
y bocetos de un sueño
al que darle cuerda.

Al relojero
nadie le debe la poesía.
Quizás,
ni tan siquiera le debamos
este poema.




UNIDOS POR LAS MANOS

No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré al mundo futuro.
Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.
Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.
Entre ellos considero la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos apartemos.
No nos apartemos mucho, vamos unidos por las manos.

No seré el cantor de una mujer o de una historia,
no hablaré de suspiros al anochecer,
del paisaje visto desde la ventana,
no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,
no huiré hacia las islas ni seré raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes,
la vida presente.

(Carlos Drummond de Andrade)

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