cuando todo se funde, del calor
que difunden las palabras,
de las persianas que apenas confunden
la luz del sol.
Hablo de un segundo, de una décima,
del dolor de los relojes
tras el mecanismo de un parpadeo.
Hablo del aroma en carne viva,
del corazón desarmado y desnudo,
del latido que se escapa
en un suspiro interior.
Hablo de las lágrimas que caen sordas
y de la sal que destila el desencanto.
Hablo de la ceguera de la tinta y del roce
que va dejando su caligrafía
en el lienzo de una piel.
Hablo del silencio que se enciende
en el tumulto, del movimiento cosido
a la quietud, de la esperanza tendida
al sol de la mañana.
Hablo del peso de la nostalgia
y de la nostalgia del peso.
Hablo de la niebla que envuelve
cada palabra dicha al oído.
Hablo de rellenar el hueco inmenso de mí mismo
que amanece después
del breve espacio en el que estás.
NOS RECIBEN LAS CALLES CONOCIDAS...
Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.
(Jaime Gil de Biedma)
No hay comentarios:
Publicar un comentario