domingo, 16 de junio de 2013

Para siempre

Un diamante es para siempre, o eso dice la canción. Pero quizás sea lo único, porque todo lo demás acaba.

Todo lo demás acaba más tarde o más temprano; por el deber inexcusable que todos tenemos de morirnos, o bien por alguna clase de abandono voluntario, el amor eterno también se termina. Y, lo que es peor, enciende el odio.

Enciende el odio y desentierra el hacha y la metralla, y activa el mando a distancia de las minas que hemos ido sembrando mientras convivíamos tan ricamente. Ese cuadro te lo regalé yo, ese reloj nunca me gustó, yo puse un coche más grande, mira todo lo que te he aguantado o yo nunca te juzgué, son mordiscos que se van propinando, a veces con saña, y otras veces con apariencia mansa, y que acaban en citaciones airadas con acuse de recibo, más de acuse que de recibo, por supuesto.

Por supuesto, no importa excesivamente la intención de lo que dijiste, porque al fin, cada quien interpreta libremente todos los gestos de cada conversación. En el fondo, conversar es desentenderse porque, como dice el adagio, cuanto más se sabe, más se desconoce.

Más se desconoce y evitar la caída del trapecio o que te echen ácido en la cara, intentar que no manipule la mente otra mente desquiciada o salvar una ciudad o metérsela hasta el fondo a la rubia psicóloga que se viste de cuero en la terraza de las señales, da lo mismo. Al final, todo lo que uno hizo, se vuelve en áspero y punzante, como si la vida decidiera rozarse contigo a contrapelo.

A contrapelo y si bien parece que es triste lo que estoy diciendo, que nada es para siempre, tampoco hay que exagerar en la tragedia. Porque por la misma regla de tres, tampoco la tristeza lo es y se acaba, y vuelve el amor con otro nombre o desde otra piel.

Desde otra piel o con traje de superhéroe, nada es para siempre, nada "forever". A ver si alguien se lo explica a Batman y a Schumacher. Nada es para siempre pero, desgraciadamente, hay cosas que, aunque no sean para siempre, duran mucho más de lo que deberían durar, Jim Carrey. ¡Qué pesadito te pones tan vestidito de verde!

"Habla sólo sobre lo que amas", me dijeron, "y no digas ni una sola palabra sobre lo contrario, si quieres que lo primero dure para siempre". Pero es que no sé si hablar es la fórmula, el secreto, la cuenta pendiente.

Además, de lo que amo, tampoco puedo hablar más que por señas que nadie en el mundo entiende. Ese "nadie" ahora sí que es una lástima terrible y no son para tanto los dichosos "para siempre" que tienen que venir y desvanecerse.



Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.

(Idea Vilariño)





Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...

(Idea Vilariño)

No hay comentarios:

Publicar un comentario