Cuando tú me lo enseñabas, el tatuaje me parecía precioso, lleno de color y de vida. Una especie de flor, cuatro pétalos, en amarillo y rojo. Una flor chiquita y delicada dibujada a un lado de la cadera, apenas asomando por encima del bañador.
No te veía la cara, pero sabía perfectamente que eras tú. Al darte la vuelta en la playa (¿playa o cama?, no recuerdo nítidamente) el efecto se desvanecía y aparecía en tu espalda un enorme dibujo verdoso, dragón o caballo, que te la cubría casi por completo. No recuerdo más que la sensación de vacío en el estómago y la náusea que me embargaba cuando intentaba extender el dedo para tocar aquello que, al menos, eso parecía, ni siquiera tú sabías que llevabas.
Entonces desperté con un desconsuelo impropio de tan inocente imaginación. Un desconsuelo genérico que, poco a poco, conforme iba volviendo a la consciencia, se iba concentrando en mi vientre hasta que, pasado un rato, se disolvió tan misteriosamente como vino.
He buscado lo que puede simbolizar, pero no consigo encontrar un significado claro. Si el tatuaje es propio, parece ser un indicio de vanidad, un impulso interno de distinguirse de los demás. O la necesidad imperiosa de mantener vivos los recuerdos, los momentos mágicos o los errores que creemos haber cometido.
Parece que hacer a alguien un tatuaje es una muestra de inconformismo y que hay que fijarse bien en la figura concreta que sale en los sueños. Con todo esto, sí, se podría elaborar alguna clase de explicación, alguna pista coherente de por donde van las pesadillas.
Pero lo que no parece importante en los diccionarios de sueños son las emociones. La admiración de la belleza que se convierte luego en algo parecido a la repugnancia, me tiene completamente intrigado.
Acaso todo cansa. Acaso no, todo cansa, es rigurosamente cierto, lo sé. Puede que todos tengamos dos caras, como las monedas, falsas o no, y que mostramos una mientras escondemos cuidadosamente la otra. Quizá solo sueñe con caballos porque veo el sufrimiento en tu espalda de un tamaño inmenso en comparación con las alegrías que te esperan por delante.
Nunca antes se me había ocurrido indagar en las pesadillas, que son los únicos sueños que recuerdo. Para los otros, para los buenos, prefiero estar despierto. Y es verdad que hace tiempo que no te los escribo.
Por falta de costumbre, por cambio de registro, por ausencia de necesidad. O quizás es porque temo que mis mejores sueños te parezcan indicio de problemas y prefiero camuflar mis deseos entre fotogramas.
SUEÑOS
Anoche soñé contigo.
Ya no me acuerdo qué era.
Pero tú aún eras mía,
eras mi novia. ¡Qué bella
mentira! Las blancas alas
del sueño nos traen, nos llevan
por un mundo de imposibles,
por un cielo de quimeras.
Anoche tal vez te vi
salir lenta de la iglesia,
en las manos el rosario,
cabizbaja y recoleta.
O acaso junto al arroyo,
allá en la paz de la aldea,
urdíamos nuestros sueños
divinos de primavera.
Quizás tú fueras aún niña
-¡oh remota y dulce época!-
y cantaras en el coro,
al aire sueltas las trenzas.
Y yo sería un rapaz
de los que van a la escuela,
de los que hablan a las niñas,
de los que juegan con ellas.
El sueño es algo tan lánguido
tan sin forma, tan de nieblas...
¡Quién pudiera soñar siempre!
Dormir siempre ¡quién pudiera!
¡Quién pudiera ser tu novio
(alma, vístete de fiesta)
en un sueño eterno y dulce,
blanco como las estrellas!...
(Gerardo Diego)
TE DIRÉ EL SECRETO DE LA VIDA
El secreto de la vida es intercalar
entre palmera y palmera un hijo pródigo
y a la derecha del viento y a la izquierda del loco
conseguir que se filtre una corona real
Levántate cada día a hora distinta
y entre hora y hora
compóntelas para incrustar un ángel
Nada hay como un suspiro intercalado
y entre suspiro y suspiro
la melodía ininterrumpida
Déjame que te cante
la grieta azul y el intervalo.
(Gerardo Diego)
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