Me pregunto si uno puede sentirse querido y, sin embargo, hablar con cuchillas. Si se puede estar emocionadamente vivo y, sin embargo, escupirle a los demás sus defectos a la cara.
No es que el mundo me parezca una feria, ni que piense que los demás son angelitos revoltosos. Cada quien lleva sus propias nubes preparadas para el huracán y, por así decirlo, los volcanes tienen que entrar en erupción para no consumirse por dentro.
Pero no me gusta la crueldad. Recelo de los crueles, quizá sin ser consciente de haberlo sido yo muchas veces, porque no dejan a nadie volar. Y, en especial, me disgusta el escarnio como espéctaculo al que la familia tiene que asistir sin saber de donde viene ni por qué se enciende.
Me pregunto si uno puede sentirse cómodo en su piel y, sin embargo, azotar con la cruda realidad a los cercanos. Si es posible tener algún sueño a mano mientras se demuelen insistentemente los de los demás, por muy ilusos que parezcan.
En realidad, no soy quien para decir cómo tiene que ser nadie, pero no me gusta la crueldad del fondo ni la crudeza de las formas. Hay quienes valoran esa desmesura de la verdad como si supieran de lo que están hablando, como si fuesen los únicos que lo supieran, como si fuese su deber envenar el agua del abrevadero.
En cambio, prefiero concentrarme en lo que nos une, en lo que sale bien, en la esperanza cuando se comparte. Me decanto por apostar a lo improbable cuando me hace feliz que suceda, se me olvidan los cristales que se me clavan en los pies si consigo mirar hacia arriba.
Los ladrones de sueños tampoco cumplen lo que predican. Se defienden de su ruina con un "y tú más", espantan sus culpas haciéndolas caer sobre los otros e invocan su triste vida, sus penurias, sus desaciertos, para devaluar las de quienes tienen más cerca.
Me pregunto si hundir el cuchillo en otra carne alivia las propias heridas. Si matar sueños ajenos resucita los propios. Me pregunto cuál es el sentido de la vida de quien pisotea el de los demás. Me pregunto si se pueden regar flores y, al mismo tiempo, inundar la estancia con los restos de un naufragio.
Creo conocer la respuesta a mis preguntas. Sucede que sólo se da lo que se ha recibido, que solo se oferta lo que se tiene, que cuando uno no encuentra el modo de ser el bueno de su propia película, va mendigando en otras un papelito de matón.
Dudo mucho que la crueldad haya hecho feliz nunca a nadie. Dudo que resuelva ni el más simple de los problemas que nos preocupan a los seres humanos. Me niego a pensar que hay alguna utilidad en llenar de piedras el camino de quienes nos rodean. Debe ser muy triste rebuscarse entre las palabras y no encontrar otra cosa que vómito.
Quiero creer, y no tiene más fundamento que esta obstinada esperanza que construyo a mi alrededor, esta testaruda esperanza que puede ser frágil y equivocada. Quiero creer, porque estar en el otro camino no me asusta, porque en tanto que los espero, todos los milagros son posibles.
Quiero creer que en el calendario que me queda por deshojar, no hay ningún mes que al que llamar agosto.
CUCHILLOS EN ABRIL
Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran al llorar.
Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.
Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.
¿Habré de ser, pues, como éstos?
(La vida se detiene aquí)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.
(Pere Gimferrer)
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