jueves, 23 de enero de 2014

Rebajas

Para tiempos de crisis, está visto que no hay nada mejor que bajar los precios. Gracias a esa técnica, hay quienes se interesan por artículos, nuevos o no tanto, cuyo precio inicial era prohibitivo para la mayoría de los bolsillos.

Venderse barato es la mejor estrategia. Pero no sólo hay que bajar el precio y estar siempre disponible, sino que se trata también de poner buena cara ante la demanda, aunque ésta no sea todo lo frecuente que a uno le gustaría. Halagar a la compradora enseñando la buena calidad del paño. Descubrirle como resalta la prenda sus ojos vivos, sus pechos suaves, su piel de terciopelo.

Impregnarse de su perfume celestial para seguir imaginando, cuando la tienda esté fuera del horario comercial, que hay interés en comprarte, que existe la impaciencia de llevarte puesto. Añadir a las palabras comunes que señalan el tipo de tela y su comportamiento en la lavadora, instrucciones de uso insistentes y sinceras: quédate, bésame, abrázame.

Y reír si ríe la cliente, y llorar si llora. Y preocuparse de su desánimo tras la certeza de toda rebaja ya experimentada. Y rozarle las manos con el corazón y acariciarle el corazón con las manos.

Por supuesto, debe ajustarse a la legalidad vigente. La bajada del precio no puede hacerse mintiendo ni en la calidad del producto, ni en la necesidad que uno tiene de venderse ganando algo a cambio, ni en el fervor del deseo de ofrecerle algo hermoso. Y naturalmente, dejar bien patente que puede descambiar la prenda a su antojo si, una vez en casa, no es de su agrado lo que ve en el espejo.

Es conveniente no dejar nada al azar y rematar la oferta con facilidades de pago. Inventar un pequeño abono diario o semanal y no reclamarlo a la fecha prevista de cargo, sino esperar a que ella misma se decida a hacerlo efectivo en el momento que mejor le parezca.

Practicar la humildad de no creer que uno es artículo de firma y abolengo, sino que cada quien vale lo que le cuesta a quien te compra. Convencerse de que el valor exacto que marca tu etiqueta es un número abstracto y arbitrario. En todo caso, se mide por las ganas que tengan de tenerte en su armario y las veces que eligen que cubras su silueta.

Me vendo barato, estoy de rebajas, porque es la mejor estrategia para los tiempos de crisis. Tiempos de crisis que escucho desde el otro lado del teléfono, tiempo de miedos que se coleccionan desde hace ya mucho, tiempos de incertidumbre que me hacen sentirme un par de tallas más pequeño y más anticuado.

Me vendo barato con la esperanza de que haya una clienta que "me lo quiten de las manos". Porque prefiero vivir alrededor de un torso adorable y espumoso, aunque me cueste entrar al mareo de las lavadoras, antes que seguir caro, frío, solitario, muriéndome de piel tras el cristal absurdo de cada escaparate.



DIFICULTADES

A Emilio Porta

Lo más difícil es que el corazón
recorra su distancia sin heridas,
que el tiempo tenga besos suficientes
entre las páginas del libro que hace piedra la Historia.
Lo más difícil es
que las fotografías rocen sin abrasar
las horas degolladas,
acaricien sin daño
los encajes oscuros de las horas que fueron.
Lo más difícil es que la rutina sirva para tejer
una canción de cuna
que adormezca y abrigue los caballos sin alma del olvido.
Lo más difícil es que nuestros versos
rescaten hoy de nuevo la canción más oculta, sin sangrar,
sin hacer de la vida cotidiana un esperpento.
El resto es siempre fácil, sucede simplemente.

(Enrique García Trinidad)



COMO EL OLVIDO...

"Fui donde el Ángel y le dije que me diera el librito.
Y me dice: Toma, devóralo; te amargará las entrañas,
pero en tu boca será dulce como la miel-." (10.9)

Como el olvido,
como las lágrimas y el sueño
que ya no se recuerda.
Así de amargo
el libro y cuanto en él se escribe
con la sangre.
Igual de amargo que este tiempo
que pasa como un trueno sobre el mar
y la tierra,
sobre la espalda de los hombres.
Como el dolor que no entendemos,
como el cansancio de la risa.
Igual que esta certeza que nos rompe
la voz y la cintura,
el recuerdo del barro,
la nostalgia de haber sido una lágrima fecunda.
Páginas vegetales que alimentan
las horas de la tarde,
cuando todas las cosas
ponen el corazón en cuarentena.
Letras amargas como el dorso
de una mano apoyada
sobre una puerta que cerró el recuerdo.

Pero en la boca,
dulce sospecha de esperanza,
pie que se acerca por la espalda
para dejar su beso sobre el cuello.
Dulce como la sombra
del verso que jamás escribiremos.

(Enrique García Trinidad)

miércoles, 22 de enero de 2014

Soñar con tatuajes

Cuando tú me lo enseñabas, el tatuaje me parecía precioso, lleno de color y de vida. Una especie de flor, cuatro pétalos, en amarillo y rojo. Una flor chiquita y delicada dibujada a un lado de la cadera, apenas asomando por encima del bañador.

No te veía la cara, pero sabía perfectamente que eras tú. Al darte la vuelta en la playa (¿playa o cama?, no recuerdo nítidamente) el efecto se desvanecía y aparecía en tu espalda un enorme dibujo verdoso, dragón o caballo, que te la cubría casi por completo. No recuerdo más que la sensación de vacío en el estómago y la náusea que me embargaba cuando intentaba extender el dedo para tocar aquello que, al menos, eso parecía, ni siquiera tú sabías que llevabas.

Entonces desperté con un desconsuelo impropio de tan inocente imaginación. Un desconsuelo genérico que, poco a poco, conforme iba volviendo a la consciencia, se iba concentrando en mi vientre hasta que, pasado un rato, se disolvió tan misteriosamente como vino.

He buscado lo que puede simbolizar, pero no consigo encontrar un significado claro. Si el tatuaje es propio, parece ser un indicio de vanidad, un impulso interno de distinguirse de los demás. O la necesidad imperiosa de mantener vivos los recuerdos, los momentos mágicos o los errores que creemos haber cometido.

Parece que hacer a alguien un tatuaje es una muestra de inconformismo y que hay que fijarse bien en la figura concreta que sale en los sueños. Con todo esto, sí, se podría elaborar alguna clase de explicación, alguna pista coherente de por donde van las pesadillas.

Pero lo que no parece importante en los diccionarios de sueños son las emociones. La admiración de la belleza que se convierte luego en algo parecido a la repugnancia, me tiene completamente intrigado.

Acaso todo cansa. Acaso no, todo cansa, es rigurosamente cierto, lo sé. Puede que todos tengamos dos caras, como las monedas, falsas o no, y que mostramos una mientras escondemos cuidadosamente la otra. Quizá solo sueñe con caballos porque veo el sufrimiento en tu espalda de un tamaño inmenso en comparación con las alegrías que te esperan por delante.

Nunca antes se me había ocurrido indagar en las pesadillas, que son los únicos sueños que recuerdo. Para los otros, para los buenos, prefiero estar despierto. Y es verdad que hace tiempo que no te los escribo.

Por falta de costumbre, por cambio de registro, por ausencia de necesidad. O quizás es porque temo que mis mejores sueños te parezcan indicio de problemas y prefiero camuflar mis deseos entre fotogramas.



SUEÑOS

Anoche soñé contigo.
Ya no me acuerdo qué era.
Pero tú aún eras mía,
eras mi novia. ¡Qué bella

mentira! Las blancas alas
del sueño nos traen, nos llevan
por un mundo de imposibles,
por un cielo de quimeras.

Anoche tal vez te vi
salir lenta de la iglesia,
en las manos el rosario,
cabizbaja y recoleta.

O acaso junto al arroyo,
allá en la paz de la aldea,
urdíamos nuestros sueños
divinos de primavera.

Quizás tú fueras aún niña
-¡oh remota y dulce época!-
y cantaras en el coro,
al aire sueltas las trenzas.

Y yo sería un rapaz
de los que van a la escuela,
de los que hablan a las niñas,
de los que juegan con ellas.

El sueño es algo tan lánguido
tan sin forma, tan de nieblas...
¡Quién pudiera soñar siempre!
Dormir siempre ¡quién pudiera!

¡Quién pudiera ser tu novio
(alma, vístete de fiesta)
en un sueño eterno y dulce,
blanco como las estrellas!...

(Gerardo Diego)



TE DIRÉ EL SECRETO DE LA VIDA

El secreto de la vida es intercalar
entre palmera y palmera un hijo pródigo
y a la derecha del viento y a la izquierda del loco
conseguir que se filtre una corona real
Levántate cada día a hora distinta
y entre hora y hora
compóntelas para incrustar un ángel

Nada hay como un suspiro intercalado
y entre suspiro y suspiro
la melodía ininterrumpida

Déjame que te cante
la grieta azul y el intervalo.

(Gerardo Diego)

martes, 21 de enero de 2014

En el parque

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
JOSÉ EMILIO PACHECO


Todavía me siento perdido en tus ojos,
pero ahora busco el color anónimo de tu coche
cuando me acechan los parques de cemento
y el sol trabaja a jornada completa
fumigando la tarde con minutos pesados
que sólo el viento alivia.

Aún persigo tu sombra
por detrás de las gafas oscuras,
mirando ese ciprés huérfano de cementerios
que me susurra en no sé qué idioma
la indigesta letanía de lo lejos
que estás.

Pero yo te siento cercana,
jugando con las palabras en mi pensamiento,
haciendo gimnasia de mantenimiento en los artilugios
de color indefinido y dudoso gusto
que delimitan la ciudad de las edades.

Caen las hojas del calendario
como las páginas de un álbum de fotos
que me echa en cara tener más barriga
y que no se note que tengo menos miedo.

Otro color de pelo que conduce despacio
y me aparca en los límites de la vista,
me hace volver al teléfono
y darme cuenta de que ya es hora
de no seguir esperando tómbolas por hoy.

Me vuelvo a perder en tus ojos de niña
que sonríen todas las travesuras de los gestos
y miran el mundo y me lo enseñan
como misiles directos al corazón.

Tus ojos ya son el recuerdo de tus ojos,
tus besos la memoria de un año de mayo,
y aquel amor ha traspasado sin pasaporte
la frontera de los cinco segundos.

Me voy ahora, tomo los mandos de la noche
para recoger a tiempo las vidas de otro
cuyo último autobús sale a las once
y después me paseo un rato por la mía
que está aquí escrita en estas páginas.

Podríamos asesinarnos mutuamente
atravesando las tardes de parque
con un dardo envenenado de viernes
o de inmunidad diplomática,
pero yo no quiero perderte;
aunque algunas veces ocurra
que me disuelvo en redundancias
o en aguarrás.



COSAS EN COMÚN

Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante, aunque cruel
promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía
y el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.
La luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.
Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.

(Joan Margarit)

martes, 14 de enero de 2014

El último mensaje

Ciclos o círculos, da igual. Los abrimos o los cerramos, los dejamos abiertos mientras se vician o nos dan vueltas en la cabeza con insistencia.

¿Qué queda de los mil anteriores? La memoria de los seres humanos es caprichosa y de las largas listas que vamos construyendo en todos los órdenes de la vida, casi todo se pierde en el olvido.

¿Cuántas veces habré escrito? Se han quedado por el camino todas las palabras. Quizás sea el sitio en donde deban quedarse, para dejar paso a otras nuevas, a otros círculos que redondear buscando el centro.

De casi todo, siempre recordamos lo primero y lo último. Hay una cierta maldición para lo que pasa entre medias, que se difumina entre las neuronas y pasa a algún lugar remoto de la realidad. Y no siempre el primero escapa de esta ruina, que a veces se confunde cuando hacemos recuento.

Pero siempre nos queda el último. Se nos queda más presente, más cercano, más fresco. Incluso aunque no sepamos que lo es, el último amor, el último abrazo, el último beso, se nos adhieren de tal modo que ya forman parte de lo que somos.
Quizás debería haber guardado, como un consumado escritor de finales, la mejor frase para la última página, el mejor verso para la última estrofa. Pero la voluntad no basta, me temo, y el último suspiro no avisa de su condición postrera ni deja entrever la huella que de él quede después.

Debería haber guardado la mejor palabra para que fuese la última, para arañarte en el recuerdo y hacerlo imborrable. Y de este modo, lanzar un mensaje al futuro con la esperanza de que dure hasta el final.

Pero he preferido que sean palabras antiguas y que no pesen, he preferido que el último mensaje no diga nada nuevo, que pase casi desapercibido por entre todas las cosas que te he dicho al oído.

El último mensaje no desvela secretos definitivos, no desata laberintos, no renuncia a ser uno más de entre los otros muchos escritos.

Quería que el último mensaje sólo dijera lo que siempre me dices, lo que siempre te digo, lo que aún me queda por decir.


¿Hablamos, desde cuando?
¿Quién empezó? No sé.
Los días, mis preguntas;
oscuras, anchas, vagas
tus respuestas: las noches.
Juntándose una a otra
forman el mundo, el tiempo
para ti y para mí.
Mi preguntar hundiéndose
con la luz en la nada,
callado,
para que tú respondas
con estrellas equívocas;
luego, reciennaciéndose
con el alba, asombroso
de novedad, de ansia
de preguntar lo mismo
que preguntaba ayer,
que respondió la noche
a medias, estrellada.
Los años y la vida,
¡qué diálogo angustiado!
Y sin embargo,
por decir casi todo.
Y cuando nos separen
y ya no nos oigamos,
te diré todavía:
"¡Qué pronto!
¡Tanto que hablar, y tanto
que nos quedaba aún!"

(Pedro Salinas)

lunes, 13 de enero de 2014

Agosto

Me pregunto si uno puede sentirse querido y, sin embargo, hablar con cuchillas. Si se puede estar emocionadamente vivo y, sin embargo, escupirle a los demás sus defectos a la cara.

No es que el mundo me parezca una feria, ni que piense que los demás son angelitos revoltosos. Cada quien lleva sus propias nubes preparadas para el huracán y, por así decirlo, los volcanes tienen que entrar en erupción para no consumirse por dentro.

Pero no me gusta la crueldad. Recelo de los crueles, quizá sin ser consciente de haberlo sido yo muchas veces, porque no dejan a nadie volar. Y, en especial, me disgusta el escarnio como espéctaculo al que la familia tiene que asistir sin saber de donde viene ni por qué se enciende.

Me pregunto si uno puede sentirse cómodo en su piel y, sin embargo, azotar con la cruda realidad a los cercanos. Si es posible tener algún sueño a mano mientras se demuelen insistentemente los de los demás, por muy ilusos que parezcan.

En realidad, no soy quien para decir cómo tiene que ser nadie, pero no me gusta la crueldad del fondo ni la crudeza de las formas. Hay quienes valoran esa desmesura de la verdad como si supieran de lo que están hablando, como si fuesen los únicos que lo supieran, como si fuese su deber envenar el agua del abrevadero.

En cambio, prefiero concentrarme en lo que nos une, en lo que sale bien, en la esperanza cuando se comparte. Me decanto por apostar a lo improbable cuando me hace feliz que suceda, se me olvidan los cristales que se me clavan en los pies si consigo mirar hacia arriba.

Los ladrones de sueños tampoco cumplen lo que predican. Se defienden de su ruina con un "y tú más", espantan sus culpas haciéndolas caer sobre los otros e invocan su triste vida, sus penurias, sus desaciertos, para devaluar las de quienes tienen más cerca.

Me pregunto si hundir el cuchillo en otra carne alivia las propias heridas. Si matar sueños ajenos resucita los propios. Me pregunto cuál es el sentido de la vida de quien pisotea el de los demás. Me pregunto si se pueden regar flores y, al mismo tiempo, inundar la estancia con los restos de un naufragio.

Creo conocer la respuesta a mis preguntas. Sucede que sólo se da lo que se ha recibido, que solo se oferta lo que se tiene, que cuando uno no encuentra el modo de ser el bueno de su propia película, va mendigando en otras un papelito de matón.

Dudo mucho que la crueldad haya hecho feliz nunca a nadie. Dudo que resuelva ni el más simple de los problemas que nos preocupan a los seres humanos. Me niego a pensar que hay alguna utilidad en llenar de piedras el camino de quienes nos rodean. Debe ser muy triste rebuscarse entre las palabras y no encontrar otra cosa que vómito.

Quiero creer, y no tiene más fundamento que esta obstinada esperanza que construyo a mi alrededor, esta testaruda esperanza que puede ser frágil y equivocada. Quiero creer, porque estar en el otro camino no me asusta, porque en tanto que los espero, todos los milagros son posibles.

Quiero creer que en el calendario que me queda por deshojar, no hay ningún mes que al que llamar agosto.




CUCHILLOS EN ABRIL

Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran al llorar.

Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.

Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.

¿Habré de ser, pues, como éstos?
(La vida se detiene aquí)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.

(Pere Gimferrer)