Es verdaderamente difícil trazar espirales con la memoria. Casi tanto como dibujar garabatos en las paredes de una pesadilla.
¡Cuánto cuesta cerrar los círculos que se vician! Desatormentarse de la parábola que describe la trayectoria de las mentiras escuchadas atentamente, desangustiarse de lo oblicuo cuando impacta contra la soledad de una tarde equivocada.
Recto o torcido, el dibujo es mío y siempre sigue. Porque, aunque es complicado dibujar flores en papeles de acero, todo se reduce a insistir en paralelo, a matar el ángulo de los desastres y sentir la tinta brotando del silencio.
Mío es el dibujo y mías son las tachaduras, mía es la caligrafía y la mancha con su pléyade de borrones. Porque quiero delinear el perfil de toda vida que se me presente abierta, aunque la silueta que le trace nos desmorone. Porque soy dibujante cartesiano y pienso en ti en cada trazo, en cada esbozo, en cada signo.
Porque pienso en ti en cada palabra que no escribo, porque pienso en ti cuando arrugo cada papel como si fuese una sábana blanca; porque cuando pienso en ti, me estorban las reglas y el dibujo deja de ser técnico.
Y ya no me parece tan difícil delinear un sueño.
Y ya no me parece tan difícil delinear un sueño.
Para ti no hay palabras.
Hay sólo mudas páginas en blanco
y este lento caer
de las manos inútiles
que olvidaron y hallaron
letras
sueños
y árboles.
Hubo palabras antes.
Cuando el mar,
cuando el grito luminoso
de los últimos faros.
Para ti sólo hay tiempo,
no hay palabras.
Y el tiempo es infinito
ahora que te amo.
(Maruja Vieira)
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