y cuesta mucho respirar
aquí sentado en el sofá
de una vida común y corriente
completamente desamueblada.
Como duele esperar tierra adentro
que suba la marea o que explote
una ventisca en mitad de esta nada,
cuando una y otra vez me atacan los lunes
con su típico pellizco en el estómago.
Ahora no puedo verte, quizá esta tarde,
qué lástima de crema, se me hace muy largo
el crepúsculo de las películas
y odio la cena expuesta a los pies
del telediario de las nueve.
El corazón se me ha quedado sin cobertura
y un ventilador inexorable gira sobre mi cabeza
removiendo el aire que me cuesta respirar;
porque tu ausencia duele, arrasa,
pero lo que más duele no es tu ausencia
sino tanta razón, tanta sensatez,
tanta paciencia,
duele esta vieja cuchara de madera
a la que nos agarramos como si estuviera ardiendo,
como si fuese el único trofeo
que pueden ganar los que pierden.
CINÉREA
Me hablan de la vida
como si tuvieran sus llaves
y estuviera aparcada cerca de aquí.
Me cogen las manos y me las sueltan.
Temen que en algún momento me levante
anunciando que voy a buscar algo,
porque en todos mis cajones,
en todos mis armarios,
hay muertos.
Mis manos son
de la misma materia de lo que tocan:
mis manos son de ceniza.
Por eso quienes me visitan
se despiden de mí sólo de palabra,
sin estrechármelas entre las suyas.
Por eso se despiden de mí.
(Elena Román)
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