lunes, 20 de julio de 2015

Juego del azar

Ahora ni siquiera es una larva, la abeja que te asustará zumbando su ruido monótono al entrar por la ventana. Sumergida en el agua que anega el llano, sigue esperando la sal que se te derramará en la cocina, a que salga el sol enarbolando verano, para despojarla de su forma líquida.

Como duerme la brisa que se enredará en tu pelo cuando te vuelvas para mirarme, entre las olas del mar sin espuma que roza una caleta. Mientras, nacerá en un semillero, la menta que atrapará mis sentidos en tu hálito fresco cuando disfraces el deseo con un suspiro. Corre todavía, por el tronco de un ciruelo, el azúcar que moverá tu mano fría sobre mis dedos.

Aún está atrapado en la hoja de un árbol, el aire impaciente con el que te besarán mis labios. Viaja despacio, sin prisa, escondida entre las nubes, la gota de sudor que resbalará en mi frente cuando te desnudes. Estallará tu risa en cascabeles y rebotará su eco sobre paredes que todavía ni siquiera son ladrillo. Ahora son apenas un hilo, las sábanas que romperán con su vuelo de seda aquella figurita de cristal que hoy sólo es un puñado de arena.

Dónde buscarte, si el futuro siempre está en el aire. Somos naipes del castillo, polvo que gira en el baile de una veleta, gotas de un remolino que se pierde en el mar. ¡Es tan difícil el azar! Y la vida es tan incierta que nadie busca lo que encuentra porque nadie sabe lo que quiere buscar.

Pero mi corazón me ha convencido de que, aunque ahora parezca imposible, cuando tus susurros se agiten en mi oído y te envuelvas en mis brazos para dormirte, lo difícil se habrá vuelto sencillo. Todo lo inexplicable cobrará sentido y el juego del azar resultará tan evidente, que no te extrañará saber que empecé a quererte… mucho antes de haberte conocido.


El 27 de agosto de 2007 escribí este texto. Ahora sé que era completamente cierto, que hay predicciones que se cumplen. 


miércoles, 8 de julio de 2015

Yo no soy todos los relojes

Nadie conoce la regla infalible, el milímetro exacto, la cantidad precisa. Nadie sabe cuánta tristeza puede soportar un hombro, nadie puede asomarse a los abismos de la emoción y predecir el fondo de la caída.

Aun así, siempre hay alguien que persigue calcular el dolor, establecer una fórmula, demostrar un teorema. Aún así, siempre hay alguien que contabiliza las tristezas y las examina detenidamente.

Es un error medir la distancia a la que nos queda una lágrima, es un error comparar la cantidad de los abrazos y su duración media, es un error aplicar el factor insomnio al conjunto de los silencios.

Cuando un corazón se para en Toledo, cuando el cerebro se derrama por dentro sin avisar, cuando Santiago es un punto de fuga, los kilómetros no sirven para explicar la angustia, la consanguinidad no resuelve todos los misterios, la falta de poesía no anuncia si tiene un iceberg debajo.

Como tampoco sirve de nada comparar los alborozos y las desganas, ni predecir los aburrimientos y separarlos de sus víctimas o encontrar un rostro con historia en el pañuelo del mundo. De nada sirve planificar el movimiento de una hoja mecida por el aire asfixiante de julio si al final no sabemos qué van a darle en el concurso de traslados.

Quiero decir que yo no soy todos los relojes, que compartir mecanismo no resuelve la longitud de las manecillas que circulan sobre una pierna, ni el peso anónimo de los granos de arena que van cayendo sobre la tarde, ni la ferocidad de los engranajes discutiendo sobre el asombro.

Yo no soy todos los relojes, ni mido el tiempo del mismo modo; y aunque sean las diez y cinco para nosotros, estos dos minutos que has tardado en leerme ya no me pertenecen, no tienen que estar en hora para permanecer o esfumarse.

Sólo puedo llamar míos a los que me queden por darte.

Amor de tarde

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

(Mario Benedetti)